“La Iglesia debe ser una gran sala, no un pequeño círculo cerrado, sino una comunidad con los brazos abiertos de par en par, acogiendo a todos”, amagó Francisco en la Misa del Corpus Christi del 6 de junio en la basílica de San Pedro.
Realimentó su mantra de que una “Iglesia de los puros y perfectos” es una habitación en la que no cabe nadie. Pero una Iglesia de los “puros y perfectos” es lo mejor que predica Francisco, para quien todos parecen ser “puros y perfectos”, excepto los que contaminan el ambiente o se toman en serio la fe.
Francisco se pasó de la raya en su hipocresía cuando habló de una “Iglesia de puertas abiertas, que se reúne y celebra en torno a Cristo, es una gran sala, donde todos pueden entrar. Todos”. Esto lo dijo Francisco, el mismo que persigue a las comunidades católicas, despide a los obispos por ser católicos, prohíbe las Misas en San Pedro, se niega a reunirse con sus propios cardenales y acaba de iniciar una guerra contra el Rito romano.
Al final de la Misa, cuando debía arrodillarse frente a su Señor y Maestro en la custodia, de nuevo un obeso Francisco se puso de pie durante un breve tiempo y luego se sentó porque sólo dobla las rodillas ante los travestis, delincuentes convictos, políticos y reliquias anglicanas.
Laicos Unidos en Cristo 