La políticamente correcta entrevista del Papa Francisco con Évole
| 02 abril, 2019
Es habitual que las declaraciones del Papa Francisco, repletas de consignas de baratillo y de mundanidad edulcorada, entusiasmen a los tradicionales enemigos de la Iglesia y desazonen a los católicos. No nos debería sorprender, por tanto, que la entrevista concedida por el Pontífice a Jordi Évole, sumo sacerdote del periodismo progresista, haya producido el mismo efecto: malicioso alborozo en los extraños, que ven en el Papa un aliado, y pesadumbre en los propios (en los fieles), que ven en el Papa un aliado de los extraños.
Impelido por Évole, el Pontífice se pronunció sobre infinidad de temas. Y el problema fue siempre el mismo: sus palabras las podría suscribir cualquier político centrista; sus afirmaciones, lejos de basarse en la Doctrina, no eran más que opiniones personales en el mejor de los casos y ocurrencias en el peor. Bergoglio no se comportó como cabeza de la Iglesia, sino como un vulgar comentarista de la actualidad, en nada diferente a los que frecuentan los platós televisivos.
Este mal es fácilmente perceptible si atendemos a las palabras de Francisco sobre la prostitución: ‘Una cosa es una mujer que quiera ejercer la prostitución porque le gusta y otra cosa son las chicas esclavas (…) Es una opción libre para ganar dinero o lo que sea’. Era una buena oportunidad para recordar las enseñanzas de la Iglesia sobre el sexo, pero el Pontífice optó por compartir su opinión personal, que a nadie interesa. En lugar de explicar que el acto sexual es incompleto cuando no constituye una entrega amorosa abierta a la vida, adoptó la típica retórica liberal.
La inmigración
La mayor parte de la entrevista versó, en cualquier caso, sobre la inmigración masiva y el drama de los refugiados. Demonizando a quienes denuncian el carácter pernicioso de la inmigración masiva y alabando a quienes la fomentan, el Papa prefirió en este ámbito el emotivismo a la racionalidad: “Tengo la sensación de que hay pobres en Europa, en España, por ejemplo, a los que se ha se les ha inculcado el miedo al más pobre que puede venir. En este caso, el inmigrante. Y eso ha habido partidos políticos que lo han capitalizado y lo han utilizado como herramienta electoral”.
Resulta delicioso ver al Papa Francisco, que tan encendidas y adecuadas diatribas ha pronunciado contra el capitalismo, haciéndole el trabajo sucio a las élites económicas. Porque es a ellas a quienes interesa que las fronteras de Europa se abran de par en par. Es a ellas a quienes interesa que Europa se llene de personas procedentes de países tercermundistas: es un modo efectivo de abaratar la mano de obra (las exigencias salariales de esas personas son, en fin, mucho menores que las de los europeos).
Al final, la gran perjudicada de la llegada masiva de inmigrantes es esa clase trabajadora, ese europeo de infantería, a quien el Pontífice dice representar y que se ve forzado por las circunstancias a competir con personas contra las que no puede competir sin alienarse.
Los cristianos perseguidos
Preguntado por Évole sobre los asuntos olvidados por el periodismo sistémico, el Pontífice se refirió a la crisis de los rohingyas. No hay duda de que ésta conmueve a cuantas personas preservan cierta pureza de corazón, pero no es buen ejemplo de ‘asunto olvidado’: los rohingyas han ocupado un espacio bastante amplio en televisiones y periódicos. Era un buen momento, pues, para recordar el – éste sí – olvidado sufrimiento de los cristianos perseguidos.
En todos los puntos del orbe (¡incluso en la civilizada Europa!) mueren decenas de miles de personas por profesar la fe verdadera, pero el Papa, tan preocupado por complacer al Mundo, no se acordó de ellas.