La asistencia a la misa católica en los Estados Unidos cayó en un seis por ciento entre los pontificados del Papa Benedicto XVI y el Papa Francisco, la caída más pronunciada en décadas, reveló una nueva encuesta de Gallup.
Un promedio de 39% de católicos estadounidenses asistieron semanalmente a la iglesia durante el papado de Francisco, desde 2014 hasta 2017, según la encuesta de Gallup publicada el 9 de abril, que representa una caída significativa en comparación al 45%de católicos que asistían a la misa semanal desde 2005 a 2008, en los primeros años del pontificado de Benedicto.
La asistencia masiva semanal entre católicos estadounidenses se estabilizó a mediados de la década de 2000 en torno al 45 por ciento, después de una fuerte caída durante el período comprendido entre el Concilio Vaticano II (1962-1965) y sus secuelas, que muchos católicos experimentaron como tiempo de confusión y agitación. La tendencia a la baja se ha reanudado durante los años de Francisco, cayendo más abruptamente que desde la década de 1970.
Sin justicia: Francisco mata una Fraternidad floreciente
es.news Francisco decidió definitivamente disolver la Fraternidad de los Santos Apóstoles, en Bruselas (Bélgica), un floreciente grupo del nuevo rito, compuesto por sacerdotes y seminaristas, pero odiado por Jozef De Kesel, el anticatólico cardenal de Bruselas.
De Kesel reemplazó en noviembre de 2015 al valiente y católico arzobispo André Léonard, quien había reconocido al grupo, fundado por el padre Michel-Marie Zanotti-Sorkine, en el 2013.
Contaba con seis sacerdotes y 23 seminaristas, mientras que durante años no hubo un solo ingresante en los seminarios de habla francesa en Bélgica.
La parroquia administrada por el grupo en Bruselas se convirtió rápidamente en un centro de renovación. Pero en una época de inmigración masiva, De Kesel afirmó que el grupo debía ser disuelto, porque “la mayoría” de ellos eran franceses, mientras que en el seminario nacional situado en Namur, de 80 seminaristas sólo 25 son de Bélgica.
El 12 de abril, Marco Tosatti, al escribir en LaNuovaBQ.it, comunicó la noticia que una solicitud frente a la Signatura Apostólica hecha por laicos contra el asesinato de la comunidad había sido detenida por el papa Francisco, porque los jueces estaban de acuerdo en aceptarla.
Tosatti llama a esto una “sucia historia” que ciertamente no arroja una buena luz sobre el papa Francisco.
Nuestra Señora de la Salette: Los Sacerdotes y religiosos serán perseguidos.
Bergoglio desde Argentina perseguía a los sacerdotes fieles.
Periodista Argentino Marcelo González: De todos los candidatos impensables, Jorge Mario Bergoglio es quizás el peor. No porque profese abiertamente doctrinas contra la fe y la moral, sino porque, a juzgar por su actuación como arzobispo de Buenos Aires, la fe y la moral parecen haberle sido indiferentes.
Enemigo jurado de la misa tradicional, no ha permitido sino parodias en manos de enemigos declarados de la liturgia antigua. Ha perseguido a todo sacerdote que se empeñó en usar sotana, predicar con solidez o que se haya interesado en la Summorum Pontificum.
Bergoglio en Argentina profanó la Sagrada Liturgia y utilizó las Iglesias como salas de reunión y en lugar de utilizarlas para rendirle el debido Culto a Dios las utilizó para rendirle culto a los hombres.
“La batalla final entre el Señor y el reino de Satanás será acerca del matrimonio y de la familia”, afirmó Sor Lucía, la vidente de Fátima en una larga carta enviada al Cardenal Carlo Caffarra, entonces Arzobispo de Bolonia (Italia), donde advirtió también sobre los ataques que afrontarán quienes defiendan estas dos instituciones naturales.
Comenzada la década del ´70 del siglo pasado, dos activistas de la izquierda italiana, Elio Petri y Hugo Pirro, le dieron vida a una película entonces muy comentada, cuyo título contenía un trágico sarcasmo: La classe operaia va in Paradiso; esto es, “La clase obrera va al paraíso”.
El motivo de la metáfora lo da su protagonista central, Ludovico Massa, quien cuando entra en estado de demencia tras un sinfín de peripecias, imagina que hay un muro por derribar, y que tras él se encuentra el anhelado edén del proletariado, la merecida tierra feliz de los que han sido alienados aquende la terrible pared, por el trabajo esclavista del capitalismo. Mitad grotesco, mitad dramático –como el mejor cine italiano- el abajamiento sociológico (más específicamente, clasista) de los enunciados teológicos del cristianismo, quedaba en evidencia. Parodia de la salvación genuina, la concebida por el marxismo tiene su propio vergel adámico, reservada monopólicamente para los trabajadores.
Medio siglo después, de la mano de un escritor asociado al Modernismo: Joseph Malegüe, en su novela Pierres noires. Les classes moyennes du Salut, Jorge Mario Bergoglio acaba de proponer “la clase media de la santidad”. Lo hizo en su reciente Exhortación Apostólica Gaudete et Exsultate (n.7), labrando un nuevo paso en este reduccionismo sociologizante de la vida salvífica, un nuevo hito en la caricaturización de la teología sometida a la sociología. Con lo que se comprueba una vez más el aserto de Gómez Dávila: “la herejía que amenaza a la Iglesia en nuestro tiempo es el terrenismo”.
Adjudicarle la santidad a un segmento social, o proponer como paradigma de santidad a determinado estamento social, conduce fatalmente a varios errores. Enunciemos dos.
El primero es el clasismo. Creer que sólo “el pueblo” es toda la sociedad, sosteniendo en paralelo que ese “pueblo” mentado es únicamente el sector más numeroso, mayoritario y golpeado por los avatares políticos. Por lo tanto, el bien común no será el de la nación entera o el del cuerpo comunitario en su conjunto, sino el de una categoría predeterminada ideológicamente.
El abate Sieyes identificaba a la nación con el tercer estado; Marx con el proletariado; la llamada Teología del Pueblo, en la que abreva Bergoglio, con las periferias; pero en todos los casos el siniestro criterio resulta el mismo: es la conciencia de clase la principal protagonista de la historia. De clase víctima y sufriente, en pugna maniquea con el resto del cuerpo social. La Revolución explica la Revelación; la Sociología la Teología, las Postrimerías sobrenaturales Infierno y Gloria están condicionadas al clasismo intrahistórico.
Bergoglio propone casi de un modo crudo, y en explícito parafraseo de autores como Proudhon o Engels, la socialización de los medios de producción de “santos”, el colectivismo de la gracia santificante. Nadie se salva solo (n.6). Fuera de un pueblo no hay salvación. La santificación es un camino comunitario (n. 141). Eremitas, contemplativos, monjes de clausura y orantes silentes, están en problemas si no se adaptan al servicio social, algo que ya les fue dicho en la Constitución Apostólica Vultum Dei Quaerere, del 2016.
Por el contrario, corren con ventaja “los hombres de la puerta de al lado” (n.6), los integrantes del “público municipal y espeso”, que mentara Darío; los integrantes del qualunquismo ideado por el comunista Guglielmo Giannini, “la media aritmética” tomada como paradigma social por el funesto Durkheim. Si al fin de cuentas, según parece, Dios no quiso otra cosa que “entrar en una dinámica popular” (n.6); rechazando el concepto elitista de “unos pocos para unos pocos” (n. 89). Así que nada de puertas estrechas (Ls. 13,22-30), ni de “pocos elegidos” (Mt. 22,14), ni de pusilla grex (Ls. 12,32) ¡Santidad para todos y todas, ya!, que el Señor “se hizo periferia”(n.135) . Y contingente y flojo como es, “Él depende de nosotros para amar al mundo”(n. Se deduce que el segundo error al que aludíamos antes, junto con el del clasismo, es la desnaturalización de la santidad. Lo que es aún más grave, si cabe; y posiblemente una de las manifestaciones heretizantes más dolorosas de este extraño pontificado. Pero no es una novedad sino un error remozado. Hace años, en efecto, que venimos protestando la imposición de una equívoca espiritualidad entretejida de abdicaciones, de contemporizaciones y de compromisos seculares, que no sólo rechaza la incompatibilidad entre la perfección cristiana y el amor al mundo, sino que propone precisamente un modelo de santidad asociado a la vida ordinaria, común y corriente, sin los sobresaltos extraordinarios de los santos auténticos, sin el heroísmo ni el sacrificio ni las renuncias que nos relatan las nobles hagiografías, y con los defectos y ocupaciones habituales de cualquiera. Para alcanzar tal estado bastaría convertirse en un módico ciudadano más, que pasa inadvertido en el trajín de sus ocupaciones laborales.
En la versión neoconservadora de este modo de ser santo, el prototipo es el pequeño burgués, el profesional actualizado que se vale de su oficio para el proselitismo cristiano, y al cual se le ha dicho que su celda es la calle. Su modo de vida no tendrá nada de singular. Transcurrirá sin contrastes exteriores, sin sacudidas, indistinguiéndose del resto de los mortales, cuidándose únicamente de no creer que el templo es el lugar por antonomasia del creyente, o que es válida la contemplación pura, inactiva, sin el vértigo del trabajo. Así se hallará textualmente prescripto en los textos fundacionales y tulelares del Opusdeísmo.
En la versión bergogliana el prototipo se aplebeya un poco. Ya no es el profesional exitoso, el ejecutivo próspero y el funcionario maleable a cualquier gestión demoliberal, pluralista y moderna. Ahora es “la señora que va al mercado” y no chusmea con su par durante las compras (n.16); el vecino de la puerta contigua que “no trata de desalentarse cuando contempla modelos de santidad que le parecen inalcanzables” (n. 11). Elige uno a su medida y todos contentos. Y si quiere ser mártir –clérigo o laico, bautizado o infiel- le bastará con participar en alguna de las tantas opciones subversivas que ofrece desde hace décadas la guerra revolucionaria del marxismo. Basten los nombres terroríficos de Angelleli o Romero. 108).
Tampoco se crea que es tan fácil, vamos. Si alguien de la clase media de la santidad entrara en contacto amistoso con algún católico enamorado del ocio contemplativo, de la plegaria inútil, de la belleza litúrgica, de la recta e imperecedera doctrina, o preocupado por la claridad y la seguridad dogmática, o “inquebrantablemente fiel a cierto estilo católico” (n.49), estaría traicionando su conciencia de clase santificadora; y en definitiva, convirtiéndose en un colaboracionista del antipueblo de la salvación. Para ellos sí, pelagianos y gnósticos, se vuelven a abrir las puertas del infierno, con la anuencia del beato Scalfari. A los oligarcas y elitistas la condenación, a los compañeros la salvación. Es lamentable, pero debemos decir que quien no haya estado en la Plaza de Mayo hacia 1973, no podrá inteligir la clave de bóveda de este adefésico y desconcertante magisterio que hoy llega de Roma.
Abaratada la santidad, abajada hasta el nivel de una casta o de estratificación colectiva; sociologizado y desacralizado el martirio, elevado a los altares personajes ante quienes antaño se nos hubiera pedido rehuir considerándolos malas compañías, el misterio de la gracia se banaliza, la salvación se vuelve trivial, y al cielo ya no se lo arrebata por asalto: se llega por las anchas avenidas de las masas rugientes, como a un estadio de fútbol.
“El santo es el héroe delante de la gloria del cielo”, decía Anzoátegui; y “el heroísmo del héroe consiste en llamar a la puerta de Dios para ofrecerse a la muerte”. Se nos conceda la gracia de resistir santa y heroicamente tanto agravio a la Verdad, tanta conculcación del Bien, tanta traición a la Hermosura. Se lo pedimos a María Santísima, debeladora de todas las herejías. A Ella, una vez más, con insistencia firme, las lauretanas letanías, y este envío al final:
Desconsuelo de ausencia, tu manto en la bandera,
de varones ecuestres, acaudillando proezas,
congoja de mitrados con tres cantos del gallo,
aflicción de liturgos desterrando bellezas.
Señora de esta tierra que erigiera en tu nombre
una proa española y un galopar de potros,
escúchanos la súplica, el rezo esperanzado:
¡Ora pro nobis; Madre, Ruega a Dios por nosotros!
Antonio Caponnetto
En el número 160 de la nueva anti-exhortación GAUDETE ET EXSULATATE, hay algunas cosas insidiosas.
1 – La afirmación de que los autores bíblicos (que están inspirados por el Espíritu Santo) han sido capaces de confundir epilepsias con posesiones demoníacas.
Bergoglio: “Es cierto que los autores bíblicos tenían un bagaje conceptual limitado para expresar algunas realidades y que en los tiempos de Jesús se podía confundir, por ejemplo, una epilepsia con posesión demoníaca”.
Bergoglio con el herético Jesuita marxista de la liberación Jon Sobrino
Sobre una Cierta «LIBERACIÓN» por el Teólogo Cardenal Joseph Ratzinger:
Según esta comprensión de la Biblia solamente hay dos opciones y solamente pueden darse estas dos; por tanto, el oponerse a la interpretación marxista de la Biblia no es otra cosa que la expresión de la clase dominante para conservar el propio poder. Afirma textualmente: «La lucha de clases es un dato de la realidad, y la neutralidad en este punto es absolutamente imposible».
Desde este punto de vista se hace imposible también la intervención del Magisterio de la Iglesia; si éste se opone a tal interpretación del cristianismo, parecerá confirmar que está de la parte de los ricos y de los dominadores y en contra de los pobres y de los que sufren, es decir, en contra del mismo Jesús, y, en la dialéctica de la historia, se alistaría en la parte negativa.
Esta decisión, aparentemente «científica» y «hermenéuticamente» irrefutable, determina por sí misma el camino de la interpretación ulterior del cristianismo, tanto en lo que respecta a las instancias interpretadoras como a los contenidos interpretados.
…De esta manera, el «pueblo» se convierte en un concepto opuesto al de «jerarquía» y está en antítesis con todas las instituciones designadas como fuerzas de la opresión. Finalmente, es «pueblo» quien participa en la «lucha de clases»; la «iglesia popular» se contrapone a la Iglesia jerárquica.
«En todo caso, esta instancia histórica ve en el Magisterio, que insiste en verdades permanentes, una instancia enemiga del progreso, dado que piensa «metafísicamente» y contradice así a la «historia». Puede decirse que el concepto de historia absorbe el concepto de Dios y de revelación. La «historicidad» de la Biblia debe justificar su papel absolutamente predominante y, por tanto, legitimar al mismo tiempo el paso a la filosofía materialista-marxista, en la cual la historia ha asumido el papel de Dios».