¿Hasta cuándo, Señor, tendremos que presenciar esta decadente y vergonzosa farsa?
Hace tiempo vengo preguntándome en qué se han convertido nuestras iglesias. Si logro encontrar la mía silenciosa y tranquila, doy infinitas gracias al Señor, cuando eso debiera ser la tónica general. Es decir, Iglesia, sinónimo de silencio, de sagrado, de presencia de Dios. Lugar de descanso para el alma, lugar donde volcar con Dios nuestros corazones y donde Dios derrama sus gracias. Pero para nuestro dolor, cuántas veces constatamos que el silencio, la sacralidad y la presencia de Dios en los recintos santos parece haber desaparecido. Encontrar una iglesia que reúna todos los requisitos necesarios para hablar con el Señor, es en ocasiones toda una aventura, cuando no una misión imposible. Y lo peor de todo es que ya nadie puede corregir fraternalmente al hermano que habla en demasía o en voz alta en la iglesia. Parece que todos tienen “derecho” a hablar y a vociferar, cual si estuvieran en su propia casa.
Recuerdo cuando era niña como mis padres, las monjitas del colegio, mis formadores, siempre me enseñaron a guardar el más absoluto silencio en la capilla o en la iglesia. La explicación era muy simple: ¡Ahí está Jesús! A la iglesia se viene a hablar con Él. Con el correr de los años he ido viendo como estas simples enseñanzas que recibimos muchos en nuestra infancia se han ido diluyendo y ahora, ya nadie sabe que la primera norma para estar en la casa de Dios es el silencio. ¡Bendito silencio! ¿Quién te pudiera encontrar? Yo he ido a buscarlo muchas veces a mi parroquia, y mi oración ha terminado siendo: “¿Hasta cuándo, Señor?”
Las lecturas de la misa de ayer, miércoles 21 de febrero, nos recuerdan la llamada a conversión que el profeta Jonás hace llegar a Nínive, el pueblo pecador, que tras escuchar la prédica del hombre de Dios se convierte, hace penitencia con saco y ceniza y Dios, al ver su arrepentimiento, se echa atrás en su sentencia de exterminar la ciudad y la salva.
También ayer, precisamente, Don Minutella, un Jonás de nuestros días, compartía en Radio Domina Nostra un fragmento de su oración matutina de uno de los Padres de la Iglesia en el que se hace referencia al momento en que Cristo echa del templo a los cambistas y vendedores. Dice el texto:
“¿Qué castigo crees que Dios no habría infligido si encontrara gente riendo o hablando de cosas frívolas, o intentando algún otro tipo de infelicidad? Porque si el Señor no sufre que sus asuntos temporales sean tratados en su casa, pudiéndose negociar libremente en cualquier otro lugar: ¿cuánto más esas acciones que no son lícitas en ninguna parte merecen la ira divina si se cometieron en los edificios consagrados a Dios?
(Beda el Venerable).
Seguidamente, cuenta Don Minutella, que escuchó dentro suyo las siguientes palabras: “Hijo mío, esas iglesias y basílicas donde han ocurrido estas abominaciones, no tienen más mi presencia divina. A mis ojos son iglesias desconsagradas. Será necesario un rito litúrgico de reparación y penitencia para que vuelvan a ser casa de Dios”.
Ciertamente, no dudo de las palabras de Don Minutella. Si Cristo mismo en su Evangelio dijo a los cambistas y vendedores:
“Escrito está: Mi casa es casa de oración; mas vosotros la habéis convertido en cueva de ladrones.” (Lc. 19;46)
Si Cristo dice que su casa es casa de oración, evidentemente, donde no se ora sino que se come y se platica como si se estuviera en un restaurante cualquiera, allí no está el Señor, es evidente. Dios no miente. Dios busca estar con los suyos en el silencio, para comunicarles aquello que quiere que sepan, para hacerles partícipes de sus más íntimos secretos. Podemos recordar como en el Evangelio, en tantas ocasiones, Cristo se apartaba del bullicio y del gentío, para orar con Dios Padre a solas. También se aleja de las aldeas para compartir y orar con sus discípulos. El cardenal Roberth Sarah, precisamente, nos habla de la importancia de todo este tema en su libro “La fuerza del silencio”, aunque para muchos sus palabras suenen a anacronismo.
Pero, ¿a qué ha querido referirse Don Minutella?
Don Minutella, al encontrar dicho texto en su oración matinal, pretende darnos una catequesis al respecto del decoro y del respeto que se debe al Señor en sus templos. Así, aprovecha para traernos la triste memoria del “fraternal almuerzo” que se celebró en la Basílica de San Petronio el pasado 1 de octubre, en Bolonia, con pobres, refugiados y detenidos. Las palabras que dirigió Francisco a la concurrencia fueron entre otras: “Ustedes están al centro de esta casa, la Iglesia los quiere al centro”. Puede ver la noticia aquí. Es impresionante como Bergoglio utliliza siempre el plural para hacer ciertas afirmaciones que personalmente yo no comparto en absoluto. Yo soy parte de esa Iglesia a la que se refiere Francisco y para mi, el centro de la casa de Dios no es el hombre, es Cristo Jesús en el Santísimo Sacramento. Ante esa expresión populista y antropocéntrica me pregunto: ¿Qué evangelio es el que leyó Francisco? ¿Es el mismo que leo yo, o que lee Don Minutella? Yo leo en el mío de siempre: “Mi casa es casa de oración y vosotros la habéis convertido en cueva de ladrones”. Es dedir; entiendo, que el centro de la casa de Dios no es el hombre, aunque sea pobre y desahuciado, sino que las iglesias tienen como única y exclusiva finalidad ser eso: CASA DE ORACIÓN. Porque existen otros lugares para dar comidas, banquetes y conferencias. Lugares no sagrados, no consagrados al servicio del Señor, donde dichos eventos pueden llevarse a cabo perfectamente y sin problema alguno.
Vienen a mi memoria los momentos duros de la Guerra Civil Española, y también la Guerra de los Cristeros de México, que tantos mártires dieron a nuestra Iglesia católica. Durante estas bárbaras contiendas en que los enemigos de nuestro Señor trataban de hacer desaparecer todo vestigio de Dios, muchos templos fueron saqueados y profanados. Recuerdo la valentía del niño mártir, José Luis Sánchez del Río, que se enfrentó a aquellos desalmados y les echó en cara que la parroquia, que había sido convertida en gallinero, tenía un uso sagrado, era la casa de Dios, lugar santo de oración. Me pregunto qué pensaría y que no haría este valiente e intrépido muchacho si viera el triste espectáculo de las iglesias convertidas en “comedores sociales”. ¿Qué le diría al propio Francisco, al verlo sentado de cháchara en la iglesia de san Petronio, esperando a que le sirvieran el primer plato? Hermanos, qué tristeza ver estas cosas. Qué castigos no mereceremos si no denunciamos estas atrocidades. Un adolescente lo hizo y le costó la vida, vida que le segaron los enemigos de Dios. Nosotros, si alzamos la voz, corremos el riesgo solamente de parecer radicales, poco caritativos, faltos de misericordia para con los pobres. Pero, ¿Qué es eso en comparación con lo que los mártires sufrieron al ver despojar sus iglesias? Y si nos tocase morir, algo que no descarto en un futuro, ¿estaríamos dispuestos a hacerlo, si ahora no somos capaces de denunciar estas maldades y profanaciones?
Dijo Jesús:
“A los pobres los tendréis siempre, pero a mi no siempre me tendréis”(Mt 26;11).
Creo que esta sentencia de labios de Señor es una profecía cumplida, es clara y refrenda las palabras escuchadas por Don Minutella. Hemos echado a Dios de su casa, y hemos preferido recibir en ella a los pobres. Si en otro pasaje del Evangelio Cristo dijo “Yo estaré con vosotros hasta el fin del mundo”, Cristo no puede contradecirse. Es decir, siempre estará con nosotros si le ponemos en el centro de nuestra vida, en el centro de la celebración en la Eucaristía. En cambio, si en su lugar colocamos a los pobres, no siempre le tendremos porque ya no se hará presente en esos lugares, tal y como escuchó dentro de si Don Minutella.
Y todavía están discutiendo…
Son los Judas Iscariote.
No es por casualidad que su portavoz no hace más que santificar al traidor…” ( Palabras de Don Minutella con las que se refiere a Francisco excusando a Judas de su crimen: “Sí. Judas experimentó el peor mal que alguien puede sufrir. No fue bien acogido. Nadie le abrazó después de haber traicionado al Salvador. No hubo quién tuviese pena de él. Fue tratado con dureza y… sin saber qué hacer, buscó la horca.“)
“Los sacerdotes… enseñarán a mi Pueblo a distinguir lo Santo y lo profano…” (Ez 44,23)
“{Los sacerdotes} no profanarán las cosas sagradas que los hijos de Israel ofrecen al Señor.” (Lev. 22; 15)
“Y entró Jesús en el templo y echó fuera a todos los que compraban y vendían en el templo, y volcó las mesas de los cambistas y los asientos de los que vendían las palomas.” (Mt 21; 12-13)
La Abominación desoladora del Templo de Jerusalén es prefigura de la abominación desoladora en la Iglesia católica.
‘El Rey Antíoco IV, queriendo unificar el imperio, trató de establecer en todos sus dominios una sola ley, un solo idioma y una sola religión, por lo cual decretó la abolición de la religión y de las tradiciones judaicas. Esto provocó división entre los judíos, ya que, aunque algunos se negaron a someterse a las imposiciones extranjeras, otros las aceptaron por conveniencia, o por miedo. Por ese tiempo uno de los judíos del partido pro-helenista, llamado Jasón, logró que a cambio de mucho dinero el rey Antíoco lo nombrara sumo sacerdote, y fue en tiempos de ese falso pontífice (en el año 1701 A. C.) que los sacerdotes comenzaron a descuidar los sacrificios que diariamente debían ser ofrecidos en el templo. Esa situación se agravó mucho más cuando después Antíoco impuso por la fuerza el culto a Zeus Olímpico y profanó el templo de Jerusalem, llegando al colmo de sacrificar cerdos sobre el altar en el año 167 A. C. Vea aquí como el sacrificio continuo fue interrumpido con la profanación del santuario. Esto provocó la rebelión de los Macabeos, quienes lucharon heroicamente por lograr la independencia de su pueblo, y por fin lograron reconquistar y purificar el templo en el año 164 A. C.
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 75, 2
Como muchas veces había sucedido que los judíos habían sido rehabilitados después de grandes guerras (como sucedió en los tiempos de Senaquerib y Antíoco), para que nadie crea que entonces sucedería lo mismo, ordena el Salvador a sus discípulos que huyan, cuando añade: «Entonces los que están en la Judea», etc
Marie-Julie Jahenny (1850-1941)
Nuestro Señor le mostró los tiempos actuales
Marie-Julie dijo: “Veo que durante un tiempo lo suficientemente largo, el Santo Sacrificio será prohibido. Las Iglesias se convertirán en un refugio para el ganado; van a ser utilizadas como salas de recreo (de placer ), donde el infierno vendrá para bailar con blasfemias mientras cantan”.
Sor de la Nativité advirtió sobre esta usurpación del papado :
“Yo he visto una gran potencia elevarse contra la Santa Iglesia. Ella ha arrancado, pillado, devastado la viña del Señor; la ha hecho servir como escabel a los transeúntes, y la ha expuesto a los insultos de todas las naciones. Después de haber injuriado el celibato y oprimido el estado religioso, esta soberbia audaz hay se ha como revestido de los poderes de nuestro Santo Padre el Papa, del cual ella ha menospreciado la persona y la autoridad… He visto tambalear las columnas de la Iglesia, he visto, inclusive, caer un gran número de los cuales se tenía motivo de esperar más estabilidad… entre aquellos que debían sustentarla, se han encontrado cobardes, indignos, falsos pastores, lobos vestidos con piel de corderos , que han entrado en el rebaño para seducir las almas simples, degollar el aprisco de Jesucristo, y librar la heredad del Señor a la depredación de los ladrones, los templos y los santos altares a la profanación…”
«Dios me ha hecho ver la malicia de Lucifer y la intención diabólica y perversa de sus agentes contra la Santa Iglesia de Jesucristo. A las órdenes de su jefe, estos malvados, han recorrido la tierra como furiosos, con los designios de preparar las vías y los senderos al Anticristo…
“Esta herejía hará una devastación, al punto que yo no creo que haya habido una tan funesta… Ella será acreditada, encontrará partidarios, por todos lados, tendrá grandes sucesos, extenderá lejos sus conquistas, y parecerá envolver todos los países y todos los estados, en los que ella tendrá un aire magnífico y muy importante de bondad, de humanidad, de beneficiencia, y hasta de religión, lo que será una trampa seductora, para un gran número aún.