Idolatría: Profanan la misa dándole culto a la Estatua de Bergoglio, el domingo de Pascua.

1 Juan 5:21 «Hijos míos, guardaos de los ídolos»

En la Catedral de S. Pedro de Alcántara en la ciudad de Petrópolis en Brasil, el Santo Sacrificio de la Misa quedó desplazado por el culto a la estatua de Bergoglio, robándole el culto de Latría  que le corresponde solamente a Dios. Lo cual es un acto de idolatría.

Romanos 1:25 a ellos que cambiaron la verdad de Dios por la mentira, y adoraron y sirvieron a la criatura en vez del Creador, que es bendito por los siglos. Amén.

                                                               Culto idolátrico a Bergoglio.

Un pecado contra el Primer Mandamiento de la Ley de Dios  y contra el Primer Mandamiento de la Iglesia católica y una profanación del Santo Sacrificio de la Misa.

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Ni siquiera se puede decir que la mujer esta besando el crucifijo porque Bergoglio no utiliza el Crucifijo sino   una cruz hedonista que niega el sufrimiento Redentor de Cristo en la Cruz.

En 1947, el Papa Pío XII condenó los crucifijos que muestran a Cristo Resucitado (llamados “Resurrexifixes”) , cruces que no muestra los sufrimientos de Cristo.

Pío XII, Encíclica Mediator Dei sobre la Sagrada Liturgia:

Así, por ejemplo, se sale del recto camino …quien quiere hacer desaparecer en las imágenes del Redentor Crucificado los dolores acerbísimos que El ha sufrido.

[La primer semana de Pasión, se cubren las imágenes para resaltar el Misterio Redentor de Cristo… Cristo es el centro; en la Exposición del Santísimo se retira la cruz y las reliquias, porque el centro de adoración es Cristo.]

En la Santa Iglesia católica Nunca se venera una estatua de una persona que no está canonizada.

El propósito de la Santa Misa fue descarado y la Iglesia fue tratada como un museo de exposición.

Vemos como la Misa de Pascua también fue profanada con el uso de los celulares.

durante la misa

2 Tesalonicenses 2:4  el Adversario que se eleva sobre todo lo que  lleva el nombre de Dios o es objeto de culto, hasta el extremo de sentarse él mismo en el Santuario de Dios y proclamar que él mismo es Dios.

 

Catecismo Mayor de San Pío X

358.
¿Qué nos prohíbe el primer mandamiento? – El primer mandamiento nos prohíbe la idolatría, la superstición, el sacrilegio, la herejía y cualquier otro pecado contra la religión.

359.¿Qué es idolatría? – Llámase idolatría dar a una criatura cualquiera, por ejemplo a una estatua, a una imagen, a un hombre, el culto supremo de adoración debido sólo a Dios.

Hechos 10:26. Mas Pedro le levantó, diciendo: Alzate, que yo no soy más que un hombre como tú.

 Lucas 4:8 Y, respondiendo Jesús, le dijo: «Está escrito: Adorarás al Señor tu Dios, y a El solo servirás.

Catecismo Mayor San Pío  X

197. ¿Cuál fue el fruto de la predicación de los Apóstoles? – El fruto de la predicación de los Apóstoles fue la destrucción de la idolatría y el establecimiento de la religión cristiana.

Y después de la misa el cento de atención siguió siendo la Estatua de cera de Bergoglio.

bergoglio estatua

Catecismo Mayor de San Pío  X

672.
¿Qué se debe hacer acabada la Misa? Acabada la Misa debemos dar gracias a Dios por habernos concedido asistir a tan gran sacrificio y pedir perdón por las faltas que hubiésemos cometido al oírla.

Los Responsables de la profanación de la Misa de la Catedral de Petrópolis

Diócesis  de Petrópolis
Obispo  Gregório Paixão, OSB
Padre Padre Adenilson Silva Ferreira (pároco), Padre Moises Fragoso (vicar)

brasil

obispo novus ordus brazil

Mateo 4:10 Dícele entonces Jesús: «Apártate, Satanás, porque está escrito: Al Señor tu Dios adorarás, y sólo a él darás culto.»

Catecismo Mayor de San Pío  X

655.
¿Qué es, pues, la santa Misa? – La santa Misa es el Sacrificio del Cuerpo y Sangre de Jesucristo, que se ofrece sobre nuestros altares bajo las especies de pan y de vino en memoria del sacrificio de la Cruz.

660.
¿Para qué fines se ofrece, pues, la Santa Misa? – El sacrificio de la Santa Misa se ofrece a Dios para cuatro fines: 1º., para honrarle como conviene, y por esto se llama latréutico; 2º., para agradecerle sus beneficios, y por esto se llama eucarístico; 3º., para aplacarle, para darle alguna satisfacción de nuestros pecados y para ofrecerle sufragios por las almas del purgatorio, por lo cual se llama propiciatorio; 4º., para alcanzar todas las gracias que nos son necesarias, y por esto se llama impetratorio.

663.
¿A quién se ofrece la santa Misa? – La santa Misa se ofrece a solo Dios.


Entremos en el templo con mucha circunspección y modestia, no sea que en vez de hallar el perdón de nuestros pecados, no hagamos otra cosa que cometer otros nuevos.
(San Juan Crisóstomo)

Apocalipsis 14: 9-11

 A éstos siguió el tercer ángel diciendo en voz alta: Si alguno adorare la bestia y a su imagen, y recibiere la marca en su frente o en su mano, éste ha de beber también del vino de la ira de Dios, de aquel vino puro preparado en el cáliz de la cólera divina, y ha de ser atormentado con fuego y azufre a vista de los ángeles santos, y en la presencia del Cordero. Y el humo de sus tormentos estará subiendo por los siglos de los siglos, sin que tengan descanso alguno de día ni de noche, los que adoraron la bestia y su imagen, como tampoco cualquiera que recibió la divisa de su nombre.

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Bergoglio incumplió sus funciones de padrino. Le enseñó a su ahijado a decir malas palabras!

De la abundancia del corazón habla la boca.

(Cf. Mt 12:34 )

jorge bergoglio vulgar

Le encantaba enseñarle malas palabras (a su ahijado – sobrino)”

En una entrevista llevada a cabo poco después del inválido  cónclave de 2013, María Elena Bergoglio, la única hermana con vida de Jorge Mario Bergoglio,  contó a ABC.es la  siguiente historia:

Relató Elena Bergoglio, “cuando ya vestía sotana”, Bergoglio enseñó a su sobrino, que  también se llama Jorge y es su ahijado, a decir malas palabras, con mucho disgusto de su madre. Esto desembocó en una situación embarazosa cuando su hermano empezó a predicar “en una importante Misa” con muchos sacerdotes; su hijo, viendo con sorpresa a su tío en el púlpito, asombrado gritó una “palabra muy mala” que todos pudieron oír. “Después de la Misa, Jorge se acercó a nosotros y no podía parar de reír”. María Elena también recuerda que su hermano, mojaba en whisky el chupete del pequeño.

Kindheitserinnerungen von Papst Franziskus” [“Childhood Memories of Pope Francis”]

El Mundo 26/03/2013 reportó que María Elena Bergoglio también reveló  en una entrevista concedida a  la revista italiana ‘Chi’  que desde pequeño decía palabrotas.

«Recuerdo que había un loro en el seminario, y no excluyo que (Jorge Bergoglio) le haya enseñado algunas palabrotas, en vez de enseñarle a rezar»


“El derecho canónico instituye al padrino en guía del nuevo bautizado, pretende que sea en cierto modo su modelo de vida cristiana”.

Canon 872: En la medida de lo posible, a quien va a recibir el bautismo se le ha de dar un padrino, cuya función es asistir en su iniciación cristiana al adulto que se bautiza, y, juntamente con los padres, presentar al niño que va a recibir el bautismo y procurar que después lleve una vida cristiana congruente con el bautismo y cumpla fielmente las obligaciones inherentes al mismo.

El padrino ha de velar por el crecimiento espiritual del recién bautizado -niño o adulto-, acompañarle en sus primeros pasos en la fe, que aprenda, como de su mano, los fundamentos doctrinales y morales de la fe cristiana.

Canon 874 § 1: Para que alguien sea admitido como padrino, es necesario que:

3º. Sea católico, esté confirmado, haya recibido ya el Santísimo Sacramento de la Eucaristía y lleve, al mismo tiempo, una vida congruente con la fe y con la misión que va a asumir;

4º. No esté afectado por una pena canónica, legítimamente impuesta o declarada.

Duración del oficio de padrino

La designación de padrinos por parte del catecúmeno adulto o de los padres del niño es de duración indefinida.

1 Timoteo 5: 7 Que si hay quien no mira por los suyos, sobre todo si son de la familia, este tal ha negado la fe, y es peor que un infiel.


Bergoglio fue infiel en el cumplimiento de las obligaciones adquiridas como padrino de su propio sobrino; por eso le da igual que un homosexual o un  adultero  sean «padrinos» de las profanaciones del sacramento del Bautismo. Con justa razón había dicho el recién fallecido católico John Vennari: “Aunque esto podría sorprender a algunos lectores, debo decir que yo nunca permitiría que el Papa Francisco le enseñe la religión a mis hijos”.

El Catecismo del Papa San Pio X juzga la idea de divorciados para padrinos que tiene Francisco.

Personas católicas, de buenas costumbres y obedientes a las leyes de la Iglesia

¿Quiénes son los padrinos y madrinas del Bautismo?
Los padrinos y madrinas del Bautismo son aquellas personas que por disposición de la Iglesia tienen a los niños en la sagrada fuente, contestan por ellos y salen fiadores ante Dios de su cristiana educación, especialmente si en esto faltasen los padres.
¿Qué personas deben elegirse para padrinos y madrinas?
Deben elegirse para padrinos y madrinas personas católicas, de buenas costumbres y obedientes a las leyes de la Iglesia.
¿Cuáles son las obligaciones de los padrinos y madrinas?
Los padrinos y madrinas están obligados a procurar que sus hijos espirituales sean instruidos en las verdades de la fe y vivan como buenos cristianos, edificándolos con buenos ejemplos. (Catecismo Mayor de San Pío X, n. 573.575-576)

 

Bergoglio se burla de un monaguillo

Entre seglares, las palabras maliciosas no pasan de ser palabras maliciosas; en boca del sacerdote son blasfemias. […] Consagraste tu boca al Evangelio; no es lícito abrirla maliciosamente. Acostumbrarse a ello es sacrilegio. Los labios del sacerdote han de guardar el saber y en su boca se busca la doctrina, no la picaresca y el chisme. Es insuficiente desterrar de los labios las palabras maliciosas, que suelen justificarse como chistes graciosos; también hay que cerrarlas el oído. Es vergonzoso que provoquen tus carcajadas. Pero más vergonzoso aún que las provoques en los otros. (San Bernardo. Tratado de la consideración al Papa Eugenio, cap. XXII)


Noticia relacionada:

Bergoglio se burla del Santo Sacrificio de la Misa, en una carta para un niño de nueve años, Alessio.

Bergoglio “profiere maldiciones y utiliza un lenguaje profano ” y tiene “arrebatos de rabia” con creciente regularidad!

Bergoglio se burló  de la correcta posición litúrgica de un monaguillo que le fue correctamente enseñada  por el ceremonial litúrgico:  ¿Te encolaron las manos?

Bergoglio falsificó el Evangelio.

El evangelio apócrifo según  Bergoglio:

herejiaCon la Resurrección, Cristo no ha movido solamente la piedra del sepulcro, sino que quiere también hacer saltar todas las barreras que nos encierran en nuestros estériles pesimismos, en nuestros calculados mundos conceptuales que nos alejan de la vida, en nuestras obsesionadas búsquedas de seguridad y en desmedidas ambiciones capaces de jugar con la dignidad ajena. 15/04/2017

Traducción de la Version en Ingles:  En la resurrección, Cristo derribó la piedra de la tumba, pero también quiere romper todos los muros  que nos mantienen encerrados en nuestro estéril pesimismo, en nuestras cuidadosamente construidas torres de marfil que nos aíslan de la vida, en nuestra compulsiva necesidad de seguridad y en una ambición ilimitada que puede comprometer la dignidad de los demás.

(Vatican Radio) In the resurrection, Christ rolled back the stone of the tomb, but he wants also to break down all the walls that keep us locked in our sterile pessimism, in our carefully constructed ivory towers that isolate us from life, in our compulsive need for security and in boundless ambition that can make us compromise the dignity of others.

Gálatas 1:9   Os lo he dicho ya, y os lo repito: Cualquiera que os anuncie un evangelio diferente del que habéis recibido, sea anatema.

angel mueve la piedra

Evangelio según San Mateo 28: 1-4

Mas en la tarde del sábado, al amanecer el primer día de la semana, vino María Magdalena y la otra María a ver el sepulcro. Y había habido un gran terremoto: porque un ángel del Señor descendió del cielo, y llegando, revolvió la piedra, y se sentó sobre ella. Y su aspecto era como un relámpago, y su vestidura como la nieve. Y de temor de él se asombraron los guardas, y quedaron como muertos.

angel mueve la piedra

San Hilario, in Matthaeum. (Catena Aurea)
El terremoto indica el poder de la resurrección. Porque una vez vencida la pena de muerte y desterradas sus tinieblas, se conmovió el infierno cuando resucitó el Señor de los poderes celestiales.
Remigio
La piedra rodada del sepulcro es figura de los Sacramentos de Cristo que ya venían prefigurándose en el contexto de la Ley. En efecto, la Ley había sido escrita en piedra y por ello está representada en ella.
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San Hilario, in Matthaeum
Verdaderamente es grande la prueba que tenemos de la misericordia de Dios Padre, porque cuando resucita el Hijo, lo honra con el servicio de los ángeles y por lo tanto, antes de la resurrección uno es enviado para que la resurrección sea anunciada por un siervo de la voluntad del Padre.
Crisólogo, sermon 77 y 74
Si la tierra tembló así cuando el Señor resucitó para salvación de los santos, ¿cuánto temblará cuando vuelva para juzgar a los malvados? Dice el Profeta: «La tierra tembló cuando Dios se levantó a juzgar» ( Sal 75,9). ¿Cómo podrá soportar la presencia de Dios quien no pudo soportar la presencia de un ángel? Y sigue: «Porque un ángel del Señor bajó del cielo». Al resucitar el Señor y destruir la muerte, vuelve a relacionarse el cielo con la tierra y así como en el principio trató la mujer con el ángel para perdición de la humanidad, ahora otra mujer trata con otro ángel para la felicidad.
 angel sentado en la piedra
Crisólogo, sermon 74
No dice volvió, sino revolvió la piedra. Porque la vuelta de la piedra era únicamente señal de muerte; pero el revolver la piedra daba a conocer la resurrección. Aquí se transforma el orden de las cosas. El sepulcro destruye la muerte y no descompone al muerto, la casa de la muerte se transforma en habitación de la vida, aparece la clausura de un modo nuevo, recibe un muerto y lo devuelve vivo. Sigue: «Y se sentó sobre ella». No se sentó por cansancio sino como doctor de la fe y heraldo de la resurrección. Y se sentó sobre la piedra para que la consistencia del asiento fuese motivo de firmeza para los creyentes. El ángel colocaba sobre la piedra los cimientos de la fe sobre la que Jesucristo había de fundar su Iglesia. También puede decirse que la piedra del sepulcro es figura de la muerte con que todos estaban oprimidos y en cuanto a que el ángel se sentó sobre la piedra, se da a entender, que Jesucristo venció la muerte con su poder.
Beda, in homilia super Venid Maria Magdalene
Y apareció estando de pie el ángel que anunciaba la venida del Salvador al mundo, porque estando así, manifestaba que el Señor venía a vencer al príncipe de este mundo. Se dice que se sentó el que anunciaba la resurrección porque así daba a conocer que representaba a Aquél que una vez vencido el autor de la muerte, ya se había sentado en el trono de su reino eterno. Se sentó, pues, sobre la piedra rodada con la que se había cerrado la puerta del sepulcro dando a conocer que el Señor había destruido con su poder los antros del infierno.
angel resurreccion

Lucas 24: 1-2Mas el primer día de la semana, muy de mañana, fueron estas mujeres al sepulcro, llevando los aromas que tenían preparados. Y encontraron apartada la piedra del sepulcro.

piedra angel

Teofilacto (Catena Aurea)
Un ángel la había movido, como atestigua San Mateo.
Orígenes (Catena Aurea)
La piedra fue quitada después de la resurrección para que las mujeres creyesen que el Señor había resucitado, cuando viesen que el sepulcro estaba vacío. Por ello sigue: «Y entrando, no hallaron el cuerpo del Señor Jesús».

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Nuevo invento eco-feminista de Bergoglio 13 apóstoles: 12 apóstoles y una apóstala.

Carta a los Amigos de la Cruz ~ San Luis María Grignion de Montfort

María-a-los-pies-de-Jesús-crucificadoPRÓLOGO 

La divina cruz me tiene escondido y me prohíbe hablar. No me es posible –y tampoco lo deseo– dirigiros la palabra a fin de manifestaros los sentimientos de mi corazón sobre la excelencia de la cruz y las prácticas de vuestra unión en la cruz adorable de Jesucristo.

No obstante, hoy, último día de mi retiro, salgo –por así decirlo– del encanto de mi interior para estampar en este papel algunos dardos de la cruz a fin de traspasar con ellos vuestros corazones. ¡Ojalá que para afilarlos sólo hiciera falta la sangre de mis venas en vez de la tinta de mi pluma! Pero, ¡ay!, aun cuando fuera necesaria, es demasiado criminal. ¡Sea, por tanto, el Espíritu de Dios vivo como la vida, fuerza y contenido de esta carta! ¡Sea su unción como la tinta! ¡Sea la adorable cruz mi pluma, y vuestro corazón, el papel!

 

Los Amigos de la Cruz

Estáis unidos vigorosamente, Amigos de la Cruz, como otros tantos soldados del Crucificado, para combatir el mundo. No huís de él, como los religiosos y religiosas, por miedo a ser vencidos, sino que avanzáis como intrépidos y valerosos guerreros en el campo de batalla, sin retroceder un solo paso ni huir cobardemente. ¡Animo! ¡Luchad con valentía!

Uníos fuertemente; la unión de los espíritus y de los corazones es mucho más fuerte y terrible al mundo y al infierno de lo que lo serían los ejércitos de un reino bien unido para los enemigos del Estado. Los demonios se unen para perderos: uníos para derribarlos. Los avaros se unen para negociar y acaparar oro y plata: unid vuestros esfuerzos para conquistar los tesoros de la eternidad contenidos en la cruz. Los libertinos se unen para divertirse: uníos para sufrir.

Grandeza del nombre de Amigos de la Cruz

san francisco de asis.Os llamáis Amigos de la Cruz. ¡Qué nombre tan glorioso! Os confieso que me encanta y deslumbra. Es más brillante que el sol, más alto que los cielos, más glorioso y magnífico que los mayores títulos de reyes y emperadores. Es el nombre excelso de Jesucristo, Dios y hombre verdadero. Es el nombre sin equívoco de un cristiano.

Pero si su brillo me encanta, no es menos cierto que su peso me espanta. ¡Cuántas obligaciones ineludibles y difíciles encierra este nombre! El Espíritu Santo las expresa con estas palabras: Linaje elegido, sacerdocio real, nación consagrada, pueblo adquirido por Dios (1 Pe. 2, 9).

Un Amigo de la Cruz es un hombre escogido por Dios, entre diez mil personas que viven según los sentidos y la sola razón, para ser un hombre totalmente divino, que supere la razón y se oponga a los sentidos con una vida y una luz de pura fe y un amor vehemente a la cruz.

Un Amigo de la Cruz es un rey todopoderoso, un héroe que triunfa del demonio, del mundo y de la carne en sus tres concupiscencias. Al amar las humillaciones, arrolla el orgullo de Satanás. Al amar la pobreza, triunfa de la avaricia del mundo. Al amar el dolor, mortifica, la sensualidad de la carne.

Un Amigo de la Cruz es un hombre santo y apartado de todo lo visible. Su corazón se eleva por encima de todo lo caduco y perecedero. Su conversación está en los cielos. Pasa por esta tierra como extranjero y peregrino, sin apegarse a ella; la mira de reojo, con indiferencia, y la huella con desprecio.

Un Amigo de la Cruz es una conquista señalada de Jesucristo, crucificado en el Calvario en unión con su santísima Madre. Es un “Benoni” o Benjamín, nacido de su costado traspasado y teñido con su sangre. A causa de su origen sangriento, no respira sino cruz, sangre y muerte al mundo, a la carne y al pecado, a fin de vivir en la tierra oculto en Dios con Jesucristo.

Por fin, un Amigo de la Cruz es un verdadero porta–Cristo, o mejor, es otro Cristo, que puede decir con toda verdad: Ya no vivo yo, vive en mí Cristo (Gál. 2, 20).

Queridos Amigos de la Cruz, ¿obráis en conformidad con lo que significa vuestro grandioso nombre? ¿Tenéis, por lo menos, verdadero deseo y voluntad sincera de obrar así, con la gracia de Dios, a la sombra de la cruz del Calvario y de Nuestra Señora de los Dolores? ¿Utilizáis los medios necesarios para conseguirlo? ¿Habéis entrado en el verdadero camino de la vida, que es el sendero estrecho y espinoso del Calvario? ¿No camináis, sin daros cuenta, por el sendero ancho del mundo, que conduce a la perdición? ¿Sabéis que existe un camino que al hombre le parece recto y seguro, pero lleva a la muerte?

¿Sabéis distinguir con certeza entre la voz de Dios y su gracia y la del mundo y de la naturaleza? ¿Percibís con claridad la voz de Dios, nuestros Padre bondadoso, quien –después de maldecir por tres veces a todos los que siguen las concupiscencias del mundo: ¡Ay, ay, ay de los habitantes de la tierra! (Ap. 8, 13)– os grita con amor, tendiéndonos los brazos: Apartaos, pueblo mío escogido, queridos amigos de la cruz de mi Hijo; apartaos de los mundanos, a quienes maldice mi Majestad, excomulga mi Hijo y condena mi Espíritu Santo? ¡Cuidado con sentaros en su cátedra pestilente! ¡No acudáis a sus reuniones! ¡No os detengáis en sus caminos! ¡Huid de la populosa e infame Babilonia! ¡Escuchad tan sólo la voz de mi Hijo predilecto y seguid sus huellas! Yo os lo di para que sea camino, verdad, vida y modelo vuestro: Escuchadle.

¿Escucháis la voz del amable Jesús? Él, cargado con la cruz, os grita: Veníos conmigo. El que me sigue no andará en tinieblas. ¡Ánimo, que yo he vencido al mundo! (Jn. 8, 12; 16, 33).

Los dos bandos

Queridos hermanos, ahí tenéis los dos bandos con los que a diario nos encontramos: el de Jesucristo y el del mundo.

A la derecha, el de nuestro amable Salvador. Sube por un camino estrecho y angosto como nunca a causa de la corrupción del mundo. El buen Maestro va delante, descalzo, la cabeza coronada de espinas, el cuerpo ensangrentado y cargado con una pesada cruz. Sólo le sigue un puñado de personas –si bien las más valientes–, ya que su voz es tan delicada que no se la puede oír en medio del tumulto del mundo o porque se carece del valor necesario para seguirlo en la pobreza, los dolores y humillaciones y demás cruces que es preciso llevar para servir al Señor todos los días.

A la izquierda, el bando del mundo o del demonio. Es el más nutrido, el más espléndido y brillante –al menos, en apariencia– Lo más selecto del mundo corre hacia él. Se apretujan, aunque los caminos son anchos y más espaciosos que nunca, a causa de las multitudes que, igual que torrentes, transitan por ellos. Están sembrados de flores, bordados de placeres y diversiones, cubiertos de oro y plata.

A la derecha, el pequeño rebaño que sigue a Cristo habla sólo de lágrimas, penitencias, oraciones y menosprecio del mundo. Se oyen continuamente estas palabras, entrecortadas por sollozos: “Sufrimientos, lágrimas, ayunos, oraciones, olvidos, humillaciones, pobreza, mortificaciones. Pues el que no tiene el espíritu de Cristo –que es espíritu de cruz– no es de Cristo. Los que son del Mesías han crucificado sus bajos instintos con sus pasiones y deseos. (Gál. 15, 24). O somos imagen visible de Jesucristo o nos condenamos. ¡Ánimo!, gritan. ¡Ánimo! Si Dios está con nosotros, en nosotros y delante de nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que está en nosotros es más fuerte que el que está en el mundo. Un criado no es más que su amo. Una momentánea y ligera tribulación nos prepara un peso eterno de gloria. El número de los elegidos es menor de lo que se piensa. Sólo los esforzados y violentos arrebatan el cielo. Tampoco un atleta recibe el premio si no compite conforme al reglamento (2 Tim. 2, 5), conforme al Evangelio y no según la moda. ¡Luchemos, pues, con valor! ¡Corramos de prisa para alcanzar la meta y ganar la corona!”. Son algunas de las expresiones con las cuales se animan unos a otros los Amigos de la Cruz.

Los mundanos, al contrario, para incitarse a perseverar en su malicia sin escrúpulos, gritan todos los días: “¡Vivir! ¡Vivir! ¡Paz! ¡Paz! ¡Alegría! ¡Comamos, bebamos, cantemos, bailemos, juguemos! Dios es bueno y no nos creó para condenarnos. Dios no prohíbe las diversiones. No nos condenaremos por eso. ¡Fuera escrúpulos! No moriréis…” (Gén. 3, 4).

Acordaos, queridos cofrades, de que el buen Jesús os está mirando y os dice a cada uno en particular: “Casi todos me abandonan en el camino real de la cruz. Los idólatras, enceguecidos, se burlan de mi cruz como si fuera una locura; los judíos, en su obstinación, se escandalizan de ella como si fuera un objeto de horror; los herejes la destrozan y derriban como cosa despreciable. Pero –y esto lo digo con los ojos arrasados en lágrimas y el corazón traspasado de dolor– mis hijos, criados a mis pechos e instruidos en mi escuela, mis propios miembros, vivificados por mi Espíritu, me han abandonado y despreciado, haciéndose enemigos de mi cruz. ¿También vosotros queréis marcharos? (Jn. 6, 67). ¿También vosotros queréis abandonarme, huyendo de mi cruz, igual que los mundanos, que en esto son otros tantos anticristos? ¿Queréis –para conformaros a este siglo– despreciar la pobreza de mi cruz para correr tras las riquezas; esquivar los dolores de mi cruz para buscar los placeres; odiar las humillaciones de mi cruz para codiciar los honores? Tengo aparentemente muchos amigos que aseguran amarme, pero en el fondo me aborrecen, porque no aman mi cruz. Tengo muchos amigos de mi mesa y muy pocos de mi cruz”.

Ante llamada tan amorosa de Jesús, superémonos a nosotros mismos. No nos dejemos arrastrar por nuestros sentidos –como Eva–. Miremos solamente al autor y consumador de nuestra fe. Jesucristo crucificado. Huyamos de la corrupción que por la concupiscencia existe en el mundo corrompido. Amemos a Jesucristo como se merece, es decir, llevando la cruz en su seguimiento. Meditemos detenidamente estas admirables palabras de nuestro amable Maestro, pues encierran toda la perfección cristiana: El que quiera venirse conmigo, que reniegue de sí mismo, que cargue con su cruz y me siga (Mt. 16, 24; Lc. 9, 23).

Prácticas de la perfección cristiana

En efecto, toda la perfección cristiana consiste:

1.º En querer ser santo: El que quiera venirse conmigo.

2.º En abnegarse: que reniegue de sí mismo.

3.º En padecer: que cargue con su cruz.

4.º En obrar: y me siga.

1.º “El que quiera venirse conmigo”

El que quiera. Y no los que quieran, para indicar el reducido número de los elegidos que quieren conformarse a Jesucristo llevando la cruz. Es tan limitado, tan limitado este número, que, si lo conociéramos, quedaríamos pasmados de dolor.

Es tan reducido, que apenas si hay uno por cada diez mil –como fue revelado a varios santos, entre ellos a San Simón Estilita, según refiere el santo abad Nilo después de San Efrén, San Basilio y otros más–. Es tan reducido, que, si Dios quisiera agruparlos, tendría que gritarles, como en otro tiempo, por boca de un profeta: Congregaos uno a uno; uno de esta provincia, otro de aquel país.

El que quiera. El que tenga voluntad sincera, voluntad firme y resuelta. Y esto no por instinto natural, rutina, egoísmo, interés o respeto humano, sino por la gracia triunfante del Espíritu Santo, que no se comunica a todos: No a todos ha sido dado conocer el misterio. El conocimiento práctica del misterio de la cruz se comunica a muy pocos. Para que alguien suba al Calvario y se deje crucificar con Jesucristo, en medio de los suyos, es necesario que sea un valiente, un héroe, un decidido, un amigo de Dios; que haga trizas al mundo y al infierno, a su cuerpo y a su propia voluntad; un hombre resuelto a sacrificarlo todo, emprenderlo y padecerlo todo por Jesucristo.

Sabed, queridos Amigos de la Cruz, que aquellos de entre vosotros que no tienen tal determinación andan sólo con un pie, vuelan sólo con un ala y no son dignos de estar entre vosotros, pues no merecen llamarse Amigos de la Cruz, a la que hay que amar, como Jesucristo, con corazón generoso y de buena gana. Una voluntad a medias –lo mismo que una oveja sarnosa– basta para contagiar todo el rebaño. Si una de éstas hubiera entrado en el redil por la falsa puerta de lo mundano, echadla fuera en nombre de Jesucristo, como al lobo de entre las ovejas.

El que quiera venirse conmigo, que me humillé y anonadé tanto que parezco más gusano que hombre: Yo soy un gusano, no un hombre (Sal. 22, 7); conmigo, que vine al mundo solamente para abrazar la cruz: Aquí estoy; para enarbolarla en medio de mi corazón, en las entrañas; para amarla desde mi juventud: la quise desde muchacho; para suspirar por ella toda mi vida: ¡Qué más quiero!; para llevarla con alegría, prefiriéndola a todos los goces y delicias del cielo y de la tierra: En vez del gozo que se le ofrecía, soportó la cruz (Heb. 12, 2); conmigo, finalmente, que no encontré el gozo colmado sino cuando pude morir en sus brazos divinos.

2.º “Que reniegue de sí mismo”

El que quiera, pues, venirse conmigo, anonadado y crucificado en esta forma, debe, a imitación mía, gloriarse sólo en la pobreza, las humillaciones y padecimientos de mi cruz: que reniegue de sí mismo.

¡Lejos de la compañía de los Amigos de la Cruz los que sufren orgullosamente, los sabios según el siglo, los grandes genios y espíritus agudos, henchidos y engreídos de sus propias luces y talentos! ¡Lejos de aquí los grandes charlatanes, que aman mucho el ruido, sin otro fruto que la vanidad! ¡Lejos de aquí los devotos orgullosos, que hacen resonar en todas partes el “en cuanto a mí” del orgulloso Lucifer: No soy como los demás: que no pueden soportar que los censuren, sin excusarse; que los ataquen, sin defenderse; que los humillen, sin ensalzarse!

¡Muchos cuidado! No admitáis en vuestra filas a esas personas delicadas y sensuales que rehúyen a la menor molestia, que gritan y se quejan ante el más leve dolor, que jamás han experimentado los instrumentos de penitencia –cadenilla, cilicio, disciplina, etc.– y que mezclan a sus devociones, según la moda, la más solapada y refinada sensualidad y falta de mortificación.

3.º “Que cargue con su cruz”

Que cargue con su cruz. ¡La suya propia! Que ese tal, ese hombre, esa mujer excepcional que toda la tierra no alcanzaría a pagar, cargue con alegría, abrace con entusiasmo y lleve con valentía sobre sus hombros la propia cruz y no la de otro: –la cruz, que mi Sabiduría le fabricó con número, peso y medida; –la cruz cuyas dimensiones: espesor, longitud, anchura y profundidad, tracé con mi propia mano con extraordinaria perfección; –la cruz que le he fabricado con un trozo de la que llevé al Calvario, como fruto del amor infinito que le tengo; –la cruz, que es el mayor regalo que puedo hacer a mis elegidos en este mundo; –la cruz, constituida, en cuanto a sui espesor, por la pérdida de bienes, las humillaciones, menosprecios, dolores, enfermedades y penalidades espirituales que, por permisión mía, le sobrevendrán día a día hasta la muerte; –la cruz, constituida, en cuanto a su longitud, por una serie de meses o días en que se verá abrumado de calamidades, postrado en el lecho, reducido a mendicidad, víctima de tentaciones, sequedades, abandonos y otras congojas espirituales; –la cruz, constituida, en cuanto a su anchura, por las circunstancias más duras y amargas de parte de sus amigos, servidores o familiares; –la cruz, constituida, por último, en cuanto a su profundidad, por las aflicciones más ocultas con que le atormentaré, sin que pueda hallar consuelo en las criaturas. Éstas, por orden mía, le volverán las espaldas y se unirán a Mí para hacerle sufrir.

Que cargue. Que la cargue: que no la arrastre, ni la rechace, ni la recorte, ni la oculte. En otras palabras, que la lleve con la mano en alto, sin impaciencia ni repugnancia, sin quejas ni críticas voluntarias, sin medias tintas ni componendas, sin rubor ni respeto humano.

Que la cargue. Que la lleve estampada en la frente, diciendo como San Pablo: Lo que es a mí, Dios me libre de gloriarme más que de la cruz de nuestro Señor Jesucristo (Gal. 6, 14), mi Maestro.

Que la lleve a cuestas, a ejemplo de Jesucristo, para que la cruz sea el arma de sus conquistas y el cetro de su imperio.

Por último, que la plante en su corazón por el amor, para transformarla en zarza ardiente, que día y noche se abrase en el puro amor de Dios, sin que llegue a consumirse.

La cruz. Que cargue con la cruz, puesto que nada hay tan necesario, tan útil, tan dulce ni tan glorioso como padecer algo por Jesucristo.

“Nada tan necesario”

Para los pecadores

En realidad, queridos Amigos de la Cruz, todos sois pecadores. No hay nadie entre vosotros que no merezca el infierno –Y yo más que ninguno–. Nuestros pecados tienen que ser castigados en este mundo o en el otro. Si no lo son en éste, lo serán en el otro.

Si Dios los castiga en este mundo, de acuerdo con nosotros, el castigo será amoroso. En efecto, nos castigará su misericordia, que reina en este mundo, y no su rigurosa justicia; será un castigo ligero y pasajero, acompañado de dulzura y méritos y seguido de recompensas en el tiempo y en la eternidad.

Pero, si el castigo que merecen los pecados cometidos queda reservado para el otro mundo, la justicia inexorable de Dios –que todo lo lleva a sangre y fuego– ejecutará la condena…

Queridos hermanos y hermanas: ¿pensamos en esto cuando padecemos alguna pena en este mundo? ¡Qué suerte la que tenemos! Pues, al llevar esta cruz con paciencia, cambiamos una pena eterna e infructuosa por una pena pasajera y meritoria. ¡Cuántas deudas nos quedan por pagar! ¡Cuántos pecados cometidos! Para expiar por ellos, aún después de una amarga contrición y una confesión sincera, tendremos que padecer en el purgatorio por habernos conformado con unas penitencias bien ligeras durante esta vida. ¡Ah! Cancelemos, pues, amistosamente nuestras deudas en esta vida llevando bien nuestra cruz. En la otra vida, todo se paga hasta el último céntimo, hasta la menor palabra ociosa. Si lográramos arrancar de manos del demonio el libro de muerte, en el que lleva anotados todos nuestros pecados y el castigo que merecen, ¡qué debe tan enorme hallaríamos! ¡Y qué encantados quedaríamos de padecer durante años enteros en esta vida antes que sufrir un solo día en la otra!

Para los amigos de Dios

Amigos de la Cruz: ¿no os preciáis de ser amigos de Dios o de querer llegar a serlo? Decidíos, pues, a beber el cáliz que es preciso apurar para ser amigos de Dios: Bebieron el cáliz del Señor, y llegaron a ser amigos de Dios. Benjamín –el mimado– halló la copa, mientras que sus hermanos sólo hallaron trigo. El discípulo predilecto de Jesús poseyó su corazón, subió al Calvario y bebió el cáliz: ¿Podéis beber el cáliz? Excelente cosa es desear la gloria de Dios. Pero desearla y pedirla sin decidirse a padecerlo todo es una locura y una petición extravagante: No sabéis lo que pedís. Tenemos que pasar mucho… Sí, es una necesidad, algo indispensable. Tenemos que pasar mucho para entrar en el Reino de Dios (Hech. 14, 22).

Para los hijos de Dios

Con razón os gloriáis de ser hijos de Dios. Gloriaos asimismo de los azotes que este Padre bondadoso os ha dado y dará, pues da azotes a todos sus hijos. Si no sois del número de sus hijos predilectos, ¡qué desgracia, qué maldición! Pues pertenecéis al número de los réprobos, como dice San Agustín. “Quien no gime en este mundo como peregrino y extranjero, no puede alegrarse en el otro como ciudadano del cielo” –añade el mismo Santo–. Si Dios Padre no os envía, de vez en cuando, alguna cruz importante, es señal de que no se preocupa de vosotros. Está enfadado y os considera como extraños y ajenos a su casa y protección. O como hijos bastardos, que no merecen tener parte en la herencia de su padre ni tampoco son dignos de sus cuidados y correcciones.

Para los discípulos de un Dios crucificado

Amigos de la Cruz, discípulos de un Dios crucificado: el misterio de la cruz es un misterio ignorado por los gentiles, rechazado por los judíos, menospreciado por los herejes y malos cristianos. Pero es el gran misterio que tenéis que aprender en la práctica, en la escuela de Jesucristo. Solamente en su escuela lo podéis aprender. En vano buscaréis en todas las academias de la Antigüedad algún filósofo que lo haya enseñado. En vano consultaréis la luz de los sentidos y de la razón. Sólo Jesucristo puede enseñaros y haceros saborear ese misterio por su gracia triunfante.

Adiestraos, pues, en esta sobreeminente ciencia bajo la dirección de tan excelente Maestro, y poseeréis todas las demás ciencias, ya que ésta las encierra a todas en grado eminente. Ella es nuestra filosofía natural y sobrenatural, nuestra teología divina y misteriosa, nuestra piedra filosofal, que –por la paciencia– cambia los metales más toscos en preciosos; los dolores más agudos, en delicias; la pobreza, en riqueza; las humillaciones más profundas, en gloria. Aquél de vosotros que sepa llevar mejor su cruz –aunque, por otra parte, sea un analfabeto–, es más sabio que todos los demás.

Escuchad al gran San Pablo, que, al bajar del tercer cielo –donde aprendió misterios escondidos a los mismos ángeles–, exclama que no sabe ni quiere saber nada fuera de Jesucristo crucificado. ¡Alégrate, pues, tú, pobre ignorante; tú, humilde mujer sin talento ni letras; si sabes sufrir con alegría, sabes más que un doctor de la Sorbona que no sepa sufrir tan bien como tú!

Para los miembros de Jesucristo

coronado de espinasSois miembros de Jesucristo. ¡Qué honor! Pero ¡qué necesidad tan imperiosa de padecer implica el serlo! Si la Cabeza está coronada de espinas, ¿lo serán de rosas los miembros? Si la Cabeza es escarnecida y cubierta de lodo camino del Calvario, ¿querrán los miembros vivir perfumados y en un trono de gloria? Si la Cabeza no tiene dónde reclinarse, ¿descansarán los miembros entre plumas y edredones? ¡Eso sería monstruosidad inaudita! ¡No, no, mis queridos Compañeros de la Cruz! No os hagáis ilusiones. Esos cristianos que veis por todas partes trajeados a la moda, en extremo delicados, altivos y engreídos hasta el exceso, no son los verdaderos discípulos de Jesús crucificado. Y, si pensáis lo contrario, estáis afrentando a esa cabeza coronada de espinas y a la verdad del Evangelio. ¡Válgame Dios! ¡Cuántas caricaturas de cristianos que pretenden ser miembros de Jesucristo, cuando en realidad son sus más alevosos perseguidores, porque mientras hacen con la mano la señal de la cruz, son sus enemigos en el corazón!

Si os preciáis de ser guiados por el mismo espíritu de Jesucristo y vivir la misma vida de quien es vuestra Cabeza coronada de espinas, no esperéis sino abrojos, azotes, clavos; en una palabra, cruz. Pues es necesario que el discípulo sea tratado como el Maestro, los miembros como la Cabeza. Y, si el cielo os ofrece –como a Santa Catalina de Siena– una corona de espinas y otra de rosas, escoged sin vacilar la de espinas y hundidla en vuestra cabeza para asemejaros a Jesucristo.

Para los templos del Espíritu Santo

Sabéis que sois templos vivos del Espíritu Santo. Como otras tantas piedras vivas, tenéis que ser colocados por ese Dios de amor en el templo de la Jerusalén celestial. Disponeos, pues, para ser labrados, cercenados, cincelados por el martillo de la cruz. De lo contrario, quedaréis como piedras toscas, que no sirven para nada, se desprecian y arrojan lejos. ¡Cuidado con resistir al martillo que os golpea! ¡Cuidado con oponeros al cincel que os labra, a la mano que os pule! ¡Tal vez ese diestro y amorosa arquitecto desea convertiros en una de las piedras principales de su edificio eterno, en uno de los retablos más hermosos de su reino celestial! Dejadle actuar; os quiere, sabe lo que hace, tiene experiencia, cada uno de sus golpes es acertado y amoroso, no da ninguno en falso, a no ser que vuestra impaciencia lo inutilice.

El Espíritu Santo compara la cruz: –unas veces, a una criba que separa el buen grano de la paja y la hojarasca: dejaos sacudir y zarandear como el grano en la criba, sin oponer resistencia; estáis en la criba del Padre de familia, y pronto estaréis en su granero; –otras veces, la compara al fuego, que quita el orín al hierro mediante la viveza de sus llamas: nuestro Dios es un fuego devorador; mediante la cruz, permanece en el alma para purificarla, sin consumirla, como en otro tiempo en la zarza ardiente; –otras veces, la compara al crisol de una fragua, donde el oro auténtico queda refinado, mientras el falso se desvanece en humo: el bueno sufre con paciencia la prueba del fuego, mientras el malo se eleva hecho humo contra las llamas. En el crisol de la tribulación y de la tentación, los auténtico Amigos de la Cruz se purifican mediante la paciencia, mientras que los enemigos se desvanecen en humo a causa de sus impaciencias y murmuraciones.

Hay que sufrir como los santos

Mirad, Amigos de la Cruz; mirad delante de vosotros una inmensa nube de testigos. Sin decir palabra, prueban cuanto os tengo dicho. Ved desfilar ante vosotros un Abel justo y muerto por su hermano; un Abrahán justo y extranjero en la tierra; un Lot justo y arrojado de su país; un Jacob justo y perseguido por su hermano; un Tobías justo y afligido de ceguera; un Job justo y empobrecido, humillado y hecho una llaga de pies a cabeza.

Mirad a tantos apóstoles y mártires teñidos con su propia sangre; a tantas vírgenes y confesores empobrecidos, humillados, arrojados, despreciados. Todos ellos exclaman con San Pablo: Mirad a nuestro bondadoso Jesús, el autor y consumador de la fe que tenemos en él y en su cruz. Tuvo que padecer para entrar, por la cruz, en su gloria.

Mirad, al lado de Jesús, una espada afilada, que penetra hasta el fondo en el tierno e inocente corazón de María, que nunca tuvo pecado alguno, ni original ni actual. ¡Lástima que no pueda extenderme aquí sobre los padecimientos de Jesús y María, para hacer ver que lo que sufrimos no es nada en comparación con lo que ellos sufrieron!

Después de esto, ¿quién de nosotros podrá eximirse de llevar su cruz? ¿Quién no volará con presteza a los parajes donde sabe que le espera la cruz? ¿Quién no exclamará con San Ignacio Mártir: “¡Que el fuego, la horca, las bestias y los tormentos todos del demonio vengan sobre mí para que yo pueda gozar de Jesucristo!”?

… o como réprobos

cireneo cargando la cruzPero, en fin, si no queréis sufrir con paciencia y llevar vuestra cruz con resignación, como los predestinados, tendréis que llevarla entre murmullos e impaciencias, como los réprobos. Os pareceréis a aquellos dos animales que arrastraban el arca de la alianza mugiendo. Imitaréis a Simón Cirineo, quien, a pesar suyo, echó mano a la cruz misma de Jesucristo, pero no cesaba de murmurar mientras la llevaba. En fin, os sucederá lo que al mal ladrón, quien desde lo alto de la cruz se precipitó al fondo de los abismos.

¡No, no! Esta tierra maldita donde vivimos no cría hombres felices. No se ve muy bien en este país de tinieblas. No se está muy seguro en este mar borrascoso. No se pueden evitar los combates en este lugar de tentaciones y en este campo de batalla. No es posible evitar los pinchazos en esta tierra cubierta de espinas. De buen grado o por fuerza, los predestinados y los réprobos han de llevar su cruz. Tened presente estos cuatro versos:

Escógete una cruz de las tres del Calvario; escoge sabiamente, puesto que es necesario padecer como santo o como penitente, o como sufre un réprobo que pena eternamente.

Lo que significa que, si no queréis sufrir con alegría, como Jesucristo; o con paciencia, como el buen ladrón, tendréis que sufrir, mal que os pese, como el mal ladrón; tendréis que apurar hasta las heces el cáliz más amargo, sin ningún consuelo de la gracia; tendréis que llevar todo el peso de vuestra cruz sin la ayuda poderosa de Jesucristo. Además, tendréis que llevar el peso inevitable que el demonio añadirá a vuestra cruz por la impaciencia a la que os arrastrará. Así, después de haber sido unos desgraciados en esta tierra –como el mal ladrón–, iréis a reuniros con él en las llamas.

“Nada tan útil ni tan dulce”

Por el contrario, si sufrís como conviene, la cruz se os hará yugo muy suave, que Jesucristo llevará con vosotros. La cruz vendrá a ser como las dos alas del alma que se eleva al cielo; vendrá a ser el mástil de la nave que os llevará al puerto de la salvación feliz y fácilmente.

Llevad vuestra cruz con paciencia; esta cruz, bien llevada, os alumbrará en vuestras tinieblas espirituales, pues quien no ha sido probado por la tentación, sabe bien poco (Eclo. 34).

Llevad vuestra cruz con alegría, y os veréis abrasados en el amor divino, pues

sin cruces ni dolor

no se vive en el amor.

Las rosas se recogen entre espinas. Sólo la cruz alimenta el amor de Dios, como leña el fuego. Recordad esta hermosa sentencia de la Imitación de Cristo: “Cuanta violencia os hagáis sufriendo con paciencia, tanto progresaréis en el amor divino”.

Nada importante se puede esperar de esos cristianos indolentes y perezosos que rehúsan la cruz cuando les llega y que jamás se buscan prudentemente alguna por su cuenta. Son tierra inculta, que no producirá sino espinas, por no haber sido roturada, desmenuzada y removida por un experto labrador. Son como aguas encharcadas, que no sirven para lavar ni para beber.

Llevad vuestra cruz con alegría. Encontraréis en ella una fuerza victoriosa, a la cual ningún enemigo vuestro podrá resistir; una dulzura encantadora, con la cual nada se puede comparar. Sí, hermanos, sabed que el verdadero paraíso terrenal consiste en sufrir algo por Jesucristo. Preguntad a todos los santos. Os contestarán que jamás gozaron tanto ni sintieron mayores delicias en el alma como en medio de sus mayores tormentos. “Vengan sobre mí todos los tormentos del demonio”, decía San Ignacio Mártir. “O padecer o morir”, decía Santa Teresa. “No morir, sino padecer”, decía Santa Magdalena de Pazzi. “Padecer y ser despreciado por ti”, decía San Juan de la Cruz. Y tantos otros hablaron el mismo lenguaje, como leemos en sus biografías.

Confiad en Dios, carísimos hermanos. Cuando padecemos con alegría y por Dios, la cruz se convierte en objeto de toda clase de alegrías para toda clase de personas, dice el Espíritu Santo. La alegría de la cruz es mayor que la del pobre que se ve colmado de toda clase de riquezas. Es mayor que la del mercader que gana millones. Mayor que la del general que lleva su ejército a la victoria. Mayor que la de los prisioneros que se ven liberados de sus cadenas. En fin, imaginad las mayores alegrías de esta tierra: todas quedan superadas por la alegría de una persona crucificada que sepa sufrir bien.

“Nada tan glorioso”

Regocijaos, pues, y saltad de alegría cuando Dios os regale alguna cruz. Porque, sin daros cuenta, lo más valioso que existe en el cielo y en el mismo Dios recae sobre vosotros. ¡Magnífico regalo de Dios es la cruz! De entenderlo, encargarías misas, harías novenas en los sepulcros de los santos, emprenderías largas peregrinaciones –como lo hicieron los santos– para obtener del cielo este regalo divino.

El mundo llama locura, infamia, necedad, indiscreción, imprudencia; dejad hablar a esos ciegos. Su ceguera –que les lleva a juzgar humanamente de la cruz, muy al revés de lo que es en realidad– forma parte de nuestra gloria. Cada vez que nos proporcionan alguna cruz por sus desprecios y persecuciones, nos regalan joyas, nos elevan al trono y nos coronan de laureles.

Paul In PrisonPero ¿qué estoy diciendo? Todas las riquezas, los honores, los cetros; todas las coronas brillantes de los potentados y emperadores, no se pueden comparar con la gloria de la cruz, dice San Juan Crisóstomo. Supera la gloria del apóstol y del escritor sagrado. Este santo varón, iluminado por el Espíritu Santo, añade: “Si me fuera dado, dejaría gustoso el cielo para padecer por el Dios del cielo. A los tronos del empíreo, prefiero las cárceles y las mazmorras. Me apetecen más las mayores cruces que la gloria de los serafines. Aprecio menos el don de milagros –con el cual se domina a los demonios, se desatan los elementos, se detiene al sol, se da vida a los muertos– que el honor de sufrir. San Pedro y San Pablo son más gloriosos en sus calabozos, con los grillos en los pies, que cuando son arrebatados al tercer cielo y reciben las llaves del paraíso”.

En efecto, ¿no dio la cruz a Jesucristo el Nombre-sobre-todo-nombre, de modo que, al nombre de Jesús, toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra y en el abismo? (Fil. 2,9-10) Tan grande es la gloria de una persona que sabe sufrir, que el cielo, los ángeles, los hombres y el mismo Dios del cielo la contemplan con alegría, como el espectáculo más glorioso. Si los santos tuvieran algún deseo, sería el de volver a la tierra para llevar algunas cruces.

Ahora bien, si ya en la tierra es tan grande la gloria de la cruz, ¿cuál no será la que adquiera en el cielo? ¿Quién explicará y entenderá jamás la riqueza eterna de gloria (2 Cor. 4,17) que nos consigue el llevar la cruz como se debe por un corto instante? ¿Quién entenderá la gloria que se adquiere para el cielo en un año y –a veces– en toda una vida de cruces y dolores?

Por cierto, queridos Amigos de la Cruz, el cielo os prepara para algo grande –dice un gran santo–, ya que el Espíritu Santo os une tan estrechamente en una cosa, que todo el mundo huye con tanto cuidado. No cabe duda: Dios quiere formar tantos santos y santas cuantos Amigos de la Cruz existen, si permanecéis fieles a vuestra vocación, si lleváis vuestra cruz como se debe, es decir, como la llevó Jesucristo.

4.º “Y me siga”

Pero no basta sufrir, el demonio y el mundo tienen sus mártires. Hay que sufrir y llevar la cruz en pos de Jesucristo: ¡me siga! Es decir, hay que llevar la cruz como la llevó él. Para lograrlo, he aquí las reglas que debéis guardar:

Las catorce reglas

No buscarte cruces

1.ª No os busquéis cruces de propósito y por cuenta propia. No hay que hacer el mal para que se logre el bien. Sin inspiración especial, no hay que hacer las cosas mal, para atraerse el desprecio de los hombres. Sino imitar a Jesucristo, de quien se dijo: ¡Qué bien lo hace todo! (Mc. 7,37). No se debe obrar por amor propio o vanidad, sino para agradar a Dios y convertir al prójimo. Si os dedicáis a cumplir con vuestros deberes lo mejor posible, no os faltarán contradicciones, persecuciones ni desprecios. La divina Providencia os los enviará sin que vosotros lo queráis o elijáis.

Tener en cuenta el bien del prójimo

2.ª Si os disponéis a hacer algo en sí indiferente, que –aunque sin motivo– pudiera escandalizar al prójimo, absteneos de hacerlo por caridad, para evitar el escándalo de los débiles. El acto heroico de caridad que hacéis en esta circunstancia vale infinitamente más de lo que haríais o queríais hacer.

Pero, si el bien que vais a hacer es necesario o útil al prójimo, aunque algún fariseo o espíritu malintencionado se escandalice sin motivo, consultad a una persona prudente para saber si lo que hacéis es necesario o útil al prójimo en general. Si ella lo juzga así, proseguid vuestra obra y dejadles hablar, con tal que os dejen actuar. Contestad entonces como nuestro Señor a algunos discípulos suyos cuando vinieron a decirles que los escribas y fariseos estaban escandalizados por sus palabras y acciones: Dejadlos; son ciegos (Mt. 15, 14).

No pretender actuar como los grandes santos

3.ª Algunos santos y varones ilustres pidieron, buscaron e incluso se procuraron cruces, desprecios y humillaciones mediante actuaciones ridículas. Adoremos y admiremos la actuación extraordinaria del Espíritu Santo en sus almas y humillémonos a la vista de virtud tan sublime. Pero no pretendamos volar tan alto; pues, comparados con estas águilas veloces y estos leones rugientes, no somos más que gallinas mojadas y perros muertos.

Pedir a Dios la sabiduría de la cruz

4.ª Sin embargo, podéis y debéis pedir la sabiduría de la cruz; ciencia sabrosa y experimental de la verdad que permite contemplar, a la luz de la fe, los misterios más ocultos; entre ellos, el de la cruz. Sabiduría que no se alcanza sino mediante duros trabajos, profundas humillaciones y fervientes oraciones. Si necesitáis este espíritu generoso, que ayuda a llevar con valor las cruces más pesadas; este espíritu bueno y suave, que hace saborear –en la parte superior del alma– las amarguras más repugnantes; este espíritu puro y recto, que sólo busca a Dios; esta ciencia de la cruz, que encierra todas las cosas; en una palabra, este  tesoro infinito que nos hace partícipes de la amistad de Dios, pedid la sabiduría; pedidla incesante e insistentemente, sin titubeos, sin temor de no alcanzarla, e infaliblemente la obtendréis. Entonces comprenderéis, por experiencia propia, cómo se puede llegar a desear, buscar y saborear la cruz.

Humillarse por las propias faltas, pero sin turbación

5.ª Cuando por ignorancia, o aun por culpa vuestra, cometáis alguna torpeza que os acarree alguna cruz, humillaos inmediatamente dentro de vosotros mismos bajo la poderosa mano de Dios, sin turbación voluntaria, diciendo –por ejemplo– en vuestro interior: “¡Éstos son, Señor, los frutos de mi huerto!” Y si en vuestra falta hubiere algún pecado, aceptad la humillación como castigo de vuestro orgullo.

Muy a menudo, Dios permite que sus mejores servidores, los más elevados en gracia, cometan faltas de las más humillantes para empequeñecerlos a sus propios ojos y delante de los hombres, para quitarles la vista y el pensamiento orgulloso de las gracias que Él les comunica y el bien que hacen, de modo que ningún mortal pueda gloriarse ante Dios (1 Cor. 1,29), como dice el Espíritu Santo.

Dios nos humilla para purificarnos

6.ª Tened la plena seguridad de que cuanto hay en nosotros se halla completamente corrompido por el pecado de Adán y por nuestros pecados actuales. No sólo los sentidos del cuerpo, sino también todas las potencias del alma. Por eso, cuando nuestro espíritu corrompido mira algún don de Dios en nosotros, pensando en él y saboreándolo, ese don, esa acción, esa gracia se manchan y corrompen totalmente y Dios aparta de ella su divina mirada. Si ya las miradas y pensamientos humanos echan a perder así las mejores acciones y los dones más excelentes, ¿qué diremos de los actos de la voluntad propia, aún más corrompidos que los actos del entendimiento?

No nos extrañemos, pues, de que Dios se complazca en ocultar a los cuyos al amparo de su rostro para que no los manchen las miradas de los hombres ni su propio conocimiento. Y para mantenerlos ocultos, ¡qué cosas no permite y hace ese Dios celoso! ¡Cuántas humillaciones les procura! ¡Cuántos tropiezos permite! ¡En cuántas tentaciones permite que se vean envueltos, como San Pablo! ¡En qué incertidumbres, tinieblas y perplejidades les deja! ¡Oh! ¡Cuán admirable es Dios en sus santos y en los caminos por los cuales los conduce a la humildad y a la santidad!

Evitar los engaños del orgullo

7.ª ¡Mucho cuidado! No vayáis a creer –como los devotos orgullosos y engreídos– que vuestras cruces son grandes, que son prueba de vuestra fidelidad y testimonio de un amor singular de Dios por vosotros. Este engaño del orgullo espiritual es muy sutil e ingenioso, pero lleno de veneno. Pensad más bien:

1) Que vuestro orgullo y delicadeza os llevan a considerar como vigas las pajas, como llagas las picaduras, como elefantes los ratones; una palabrita que se lleva el viento –una nadería en realidad–, como una injuria atroz y un cruel abandono;

2) que las cruces que Dios os manda no son en realidad sino castigos amorosos por vuestros pecados y no pruebas de una benevolencia especial;

3) que por más cruces y humillaciones que Dios os envíe, os perdona infinitamente más, dado el número y la gravedad de vuestros crímenes. En efecto, éstos hay que considerarlos a la luz de la santidad de Dios, que no soporta nada impuro y a quien vosotros habéis ofendido; a la luz de un Dios que muere, abrumado de dolor a causa de vuestros pecados; al trasluz de un infierno eterno, que habéis merecido mil y quizás cien mil veces;

4) que mezcláis lo humano y natural, mucho más de lo que creéis, con la paciencia con que padecéis; prueba de ello son esos miramientos, esa velada búsqueda de consuelos, esas efusiones tan naturales con los amigos y tal vez con vuestro director espiritual, esas disculpas rebuscadas e inmediatas, esas quejas –o más bien maledicencias contra quienes os han hecho daño– tan bien formuladas y tan caritativamente dichas, ese volver y revolver deleitosamente los propios males, esa creencia luciferina de que sois de gran valía, etc. No acabaría nunca si quisiera describir aquí las vueltas y revueltas de la naturaleza, incluso en los sufrimientos.

Aprovechar los sufrimientos pequeños más que los grandes

8.ª Aprovechad los sufrimientos pequeños más aún que los grandes. Dios no repara tanto en lo que se sufre cuanto en cómo se sufre. Sufrir mucho, pero mal, es sufrir como condenados; sufrir mucho y con valor, pero por una causa mala, es sufrir como mártires del demonio; sufrir poco o mucho por Dios, es sufrir como santos.

Si podemos escoger nuestras cruces, optemos por las más pequeñas y deslucidas cuando se presenten junto a grandiosas y espléndidas. El orgullo natural puede pedir, buscar y aun escoger cruces grandiosas y brillantes. Pero escoger y llevar alegremente las cruces pequeñas y sin brillo sólo puede ser efecto de una gracia singular y de una fidelidad particular a Dios. Actuad, pues, como el mercader en su mostrador, sacad provecho de todo, no desperdiciéis ni la menor partícula de la cruz verdadera, aunque sólo sea la picadura de un mosquito o de un alfiler, las insignificantes singularidades del vecino, una pequeña injuria involuntaria, la pérdida de algunos centavos, un ligero malestar, etc. Sacad provecho de todo, como el tendero en su tienda, y os enriqueceréis según Dios, como se enriquece él colocando centavo sobre centavo en su mostrador. A la menor contrariedad que os sobrevenga, decid: “¡Bendito sea Dios! ¡Gracias, Dios mío!” Guardad luego en la memoria de Dios –que es como vuestra alcancía– la cruz que acabáis de ganar y no os acordéis más de ella sino para decir: “¡Mil gracias, Señor!” o “¡Misericordia!”.

Amar la cruz con amor sobrenatural

9.ª Cuando se os habla de amor a la cruz no se trata de un amor sensible. Éste es imposible a la naturaleza en esta materia.

Hay que distinguir tres clases de amores: el amor sensible, el amor racional, el amor fiel y supremo. Dicho de otro modo: el amor de la parte inferior, que es la carne; el amor de la parte superior, que es la razón; el amor de la parte superior o cima del alma, que es el entendimiento iluminado por la fe.

Dios no os pide amar la cruz con la voluntad de la carne. Siendo ésta completamente corrompida y criminal, todo lo que sale de ella está corrompida y criminal, todo lo que sale de ella está corrompido; es más, no puede someterse por sí misma a la voluntad de Dios y a su ley crucificante. Por eso, Nuestro Señor, hablando de ella en el huerto de los Olivos, exclama: Padre, no se haga mi voluntad, sino la tuya (Lc. 22,47). La parte inferior del hombre, en Jesucristo –en quien todo era santo– no pudo amar la cruz sin interrupción; la nuestra –que es toda corrupción– la rechazará con mayor razón. Es cierto que podemos, a veces –como algunos santos–, experimentar una alegría sensible en nuestros sufrimientos. Pero esta alegría no proviene de la carne, aunque esté en la carne. Viene de la parte superior. La cual se encuentra tan llena de la alegría divina del Espíritu Santo, que llega a redundar en la parte inferior. En estos momentos, la persona más crucificada puede decir: Mi corazón y mi carne retozan por el Dios vivo (Sal. 84).

Existe otro amor a la cruz que llamo razonable; radica en la parte superior, que es la razón. Es un amor totalmente espiritual. Nace del conocimiento de la felicidad que hay en sufrir por Dios. Por eso es perceptible y aun es percibido por el alma, a la que alegra y fortalece interiormente. Pero ese amor racional y percibido, aunque bueno y muy bueno, no es siempre necesario para sufrir con alegría y según Dios.

Pues existe otro amor. De la cima o ápice del alma, dicen los maestros de la vida espiritual; de la inteligencia, dicen los filósofos. Mediante este amor, aún sin sentir alegría alguna en los sentidos, sin percibir gozo razonable alguno en el alma, amamos y saboreamos, mediante la luz de la fe desnuda, la cruz que llevamos. Mientras tanto, muchas veces todo es guerra y sobresalto en la parte inferior, que gime, se queja, llora y busca alivio. Entonces decimos con Jesucristo: Padre, no se haga mi voluntad, sino la tuya (Lc. 22,52). O con la Santísima Virgen: Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra (Lc. 1,38).

Con uno de estos dos amores de la parte superior hemos de amar y aceptar la cruz.

Sufrir toda clase de cruces, sin excepción ni selección

10.ª Decidíos, queridos Amigos de la Cruz, a padecer toda clase de cruces, sin elegirlas ni seleccionarlas; toda clase de pobreza, humillación, contradicción, sequedad, abandono, dolor psíquico o físico, diciendo siempre: Pronto está mi corazón, ¡oh Dios!; está mi corazón dispuesto (Sal. 57).

Disponeos, pues, a ser abandonados de los hombres y de los ángeles y hasta del mismo Dios; a ser perseguidos, envidiados, traicionados, calumniados, desacreditados y abandonados de todos; a padecer hambre, sed, mendicidad, desnudez, destierro, cárcel, horca y toda clase de suplicios, aunque no los hayáis merecido por los crímenes que os imputan. Imaginaos, por último, que después de haber perdido los bienes y el honor, después de haber sido arrojados de vuestra casa –como Job y Santa Isabel de Hungría–, se os lanza al lodo, como a esta Santa, o se os arrastra a un estercolero, como a Job, maloliente y cubierto de úlceras, sin un retazo de tela para cubrir vuestras llagas, sin un trozo de pan –que no se niega al perro ni al caballo–, y que, en medio de tales extremos, Dios os abandona a todas las tentaciones del demonio, sin derramar en vuestra alma el más leve consuelo espiritual.

Ahí tenéis, creedlo firmemente, la meta suprema de la gloria divina y la felicidad verdadera de un auténtico y perfecto Amigo de la Cruz.

Cuatro motivos para sufrir como se debe

11.ª Para animaros a sufrir como se debe, acostumbraros a considerar estas cuatro cosas:

  1. a) La mirada de Dios

En primer lugar, la mirada de Dios. Como un gran rey, desde lo alto de una torre, contempla a sus soldados en medio de la pelea, complacido y alabando su valor. ¿Qué contempla Dios sobre la tierra? ¿A los reyes y emperadores en sus tronos? –A menudo los mira con desprecio. ¿Mira las grandes victorias de los ejércitos del Estado, las piedras preciosas; en una palabra, las cosas que los hombres consideran grandes? –Lo que es grande para los hombres, es abominable ante Dios (Lc. 16,15). Entonces, ¿qué es lo que mira con gozo y complacencia, pidiendo noticias de ello a los ángeles y a los mismos demonios? –Dios mira al hombre que lucha por Él contra la fortuna, el mundo, el infierno y contra sí mismo, al hombre que lleva la cruz con alegría. ¿Has reparado sobre la tierra en una maravilla tan grande que el cielo entero la contempla con admiración? –dice el Señor a satanás– ¿Te has fijado en mi siervo Job, que sufre por mí? (Job. 2,3).

  1. b) La mano de Dios

En segundo lugar, considerad la mano de este poderoso Señor. Permite todo el mal que nos sobreviene de la naturaleza, desde el más grande hasta el más pequeño. La misma mano que aniquiló a un ejército de cien mil hombres hace caer la hoja del árbol y el cabello de nuestra cabeza. La mano que con tanta dureza hirió a Job os roza con esa pequeña contrariedad. Con la misma mano hace el día y la noche, la luz y las tinieblas, el bien y el mal. Permitió los pecados que os inquietan; no fue el autor de la malicia, pero permitió la acción.

Así, pues, cuando os encontréis con un Semeí, que os injuria, os tira piedras como al rey David, decid interiormente: “No nos venguemos; dejémosle actuar, pues se lo ha mandado el Señor. Reconozco que tengo merecido toda esta clase de ultrajes y que Dios me castiga con justicia. ¡Detente, brazo mío! ¡Refrénate, lengua mía! ¡No hieras! ¡No hables! Ese hombre o esa mujer que me dicen o infieren injurias son embajadores de Dios, vienen enviados por su misericordia para vengarse amistosamente de mí. No irritemos su justicia usurpando los derechos de su venganza. No menospreciemos su misericordia resistiendo a sus amorosos golpes. No sea que, para vengarse, nos remita a la estricta justicia de la eternidad”.

¡Mirad! Con una mano todopoderosa e infinitamente prudente, Dios os sostiene, mientras os corrige con la otra. Con una mano mortifica, con la otra vivifica. Humilla y enaltece. Con un brazo poderoso alcanza del uno al otro extremo de nuestra vida, suave y poderosamente: suavemente, porque no permite que seáis tentados y afligidos por encima de vuestras fuerzas; poderosamente, porque os ayuda por una gracia poderosa y proporcionada a la fuerza y duración de la tentación o aflicción; poderosamente también, porque –como lo dice el Espíritu de su santa Iglesia– se hace “vuestro apoyo al borde del precipicio ante el cual os halláis; vuestro compañero, si os extraviáis en el camino; vuestra sombra, si el calor os abrasa; vuestro vestido, si la lluvia os empapa y el frío os hiela; vuestro vehículo, si el cansancio os oprime; vuestro socorro, si la adversidad os acosa; vuestro bastón, si resbaláis en el camino; vuestro puerto, en medio de las tempestades que os amenazan con ruina y naufragio”.

  1. c) Las llagas y los dones de Jesús crucificado

En tercer lugar, contemplad las llagas y los dolores de Jesucristo crucificado. Él mismo os dice: “¡Vosotros los que pasáis por el camino lleno de espinas y cruces por el que yo he transitado, mirad, fijaos: mirad con los ojos corporales y ved con los ojos de la contemplación si vuestra pobreza y desnudez, vuestros menosprecios, dolores y desamparos, son comparables con los míos. Miradme a Mí, el inocente, y quejaos vosotros, los culpables!”.

Por boca de los apóstoles, el mismo Espíritu Santo nos ordena esa misma mirada a Jesucristo crucificado; nos ordena armarnos con este pensamiento, que constituye el arma más penetrante y terrible contra nuestros enemigos. Cuando la pobreza, la abyección, el dolor, la tentación y otras cruces os ataquen, armaos con el pensamiento de Jesucristo crucificado, que os servirá de escudo, coraza, casco y espada de doble filo. En Él encontraréis la solución a todas vuestras dificultades y la victoria sobre cualquier enemigo.

  1. d) Arriba, el cielo; abajo, el infierno

En cuarto lugar, mirad en el cielo la hermosa corona que os aguarda, con tal que llevéis debidamente vuestra cruz. Esta recompensa sostuvo a los patriarcas y profetas en su fe y persecuciones, animó a los apóstoles y mártires en sus trabajos y tormentos. Los patriarcas decían con Moisés: Preferimos ser afligidos con el Pueblo de Dios, para ser felices con él eternamente, a disfrutar de las ventajas pasajeras del pecado (Heb. 11,24). Los profetas decían con David: Sufrimos grandes afrentas a causa de la recompensa. Los apóstoles y mártires decían con San Pablo: Somos como víctimas condenadas a muerte, como un espectáculo para el mundo, para los ángeles y para los hombres por nuestros padecimientos; como desecho y anatema del mundo (1 Cor 4,9. 13) a causa del peso eterno de gloria incalculable que nos prepara la momentánea y ligera tribulación (2 Cor. 4,17).

Miremos por encima de nosotros a los ángeles, que nos gritan: “Cuidado con perder la corona destinada a recompensar la cruz que os ha tocado –con tal que la llevéis como se debe–. Si no la lleváis debidamente, otro lo hará y se llevará vuestra corona”. “Luchad con valentía, sufrid con paciencia –nos dicen todos los santos–, y recibiréis un reino eterno”. Escuchemos, por fin, a Jesucristo, que nos dice: “Sólo premiaré a quien haya padecido y vencido por su paciencia”.

Miremos abajo el sitio que merecemos. Nos aguarda en el infierno, junto al mal ladrón y a los réprobos, si nuestro padecer –como el suyo– va acompañado de murmuraciones, despecho y venganza. Exclamemos con San Agustín: “Quema, Señor; corta, poda, divide en esta vida en castigo de mis pecados, con tal que me perdones en la eternidad”.

No quejarse jamás de las creaturas

12.ª No os quejéis jamás voluntariamente y con murmuraciones de las creaturas que Dios utiliza para afligiros.

Observad que se dan tres clases de quejas en las penas.

– La primera es involuntaria y natural: es la del cuerpo que gime, suspira, se queja, llora, se lamenta. Como ya dije, si el alma en su parte superior está sometida a la voluntad de Dios, no hay ningún pecado.

–  La segunda es razonable: nos quejamos y descubrimos nuestro mal a quienes pueden remediarlo: al superior, al médico… Esta queja puede constituir una imperfección si es demasiado intempestiva, pero no es pecado.

– La tercera es criminal. Se da cuando nos quejamos al prójimo para librarnos del mal que nos aflige o para vengarnos, o cuando nos quejamos del dolor que padecemos, consintiendo en esta queja y añadiéndole impaciencia y murmuración.

13.ª No recibáis nunca la cruz sin besarla humildemente con agradecimiento. Si Dios en su bondad os regala alguna cruz algo importante, dadle gracias de una manera especial y pedid a otros que hagan lo mismo. A ejemplo de aquella pobre mujer que, habiendo perdido todos sus bienes a causa de un pleito injusto, con la única moneda que le quedaba mandó inmediatamente celebrar una misa para agradecer a Dios la buena suerte que había tenido.

Cargar con cruces voluntarias

14.ª Si queréis haceros dignos de las cruces que os vendrán sin vuestra participación –son las mejores–, cargaos con algunas cruces voluntarias, siguiendo el consejo de un buen director.

Por ejemplo: ¿Tenéis en casa algún mueble inútil al cual sentís cariño? –Dadlo a los pobres y decid: ¿Quisieras tener cosas superfluas, cuando Jesús es tan pobre?

¿Os repugna algún manjar, algún acto de virtud, algún mal olor? –Probad, practicad, oled; superaos.

¿Tenéis cariño excesivamente tierno o exagerado a una persona u objeto? –Apartaos, privaos, alejaos de lo que os halaga.

¿Sentís prisa natural por ver, actuar, aparecer en público, ir a tal o cual sitio? –Deteneos, callaos, ocultaos, apartad vuestra mirada.

¿Tenéis repugnancia natural a determinado objeto o persona? –Usadlo a menudo, frecuentad su trato: superaos.

Si sois auténticos Amigos de la Cruz, el amor –siempre ingenioso– os hará descubrir así la cantidad de cruces pequeñas. Con ellas os enriqueceréis sin daros cuenta y sin temor a la vanidad, que a menudo se mezcla con la paciencia cuando se llevan cruces relumbrantes. Y, por haber sido fieles en lo poco, el Señor –como lo tiene prometido– os pondrá al frente de lo mucho, es decir, sobre la multitud de gracias que os dará, sobre multitud de cruces que os enviará, sobre una inmensa gloria que os preparará…

A Bergoglio le avergüenza dar la bendición Sacerdotal.

Bergoglio pertenece a la Generación de Judas el traidor.
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Reveló el Señor a Santa Brígida que atendía a los paganos y a los judíos, pero que no encontraba nada peor que los sacerdotes, pues su pecado es como el que precipitó a Lucifer. San Alfonso Ma de Ligorio.  
Apóstata y disidente Clelia Luro de Podestá lunes 18 de Marzo de 2013 :
«Bergoglio es un hombre de gestos» Bergolgio es muy afín al Vaticano II, ya empezó. En el Vaticano II uno de los puntos es «La Iglesia es el pueblo de Dios» y en el Balcón antes de dar la bendición pidió que el pueblo lo bendijeran a él. Después habló de la libertad de conciencia que también es del Vaticano II que estaba silenciado porque el anterior Papa silencio todo eso. Va a ser un vuelco dentro de la Iglesia, va a ser una primavera para todos los que pensamos como nosotros.
bergoglio protestant

LA BENDICIÓN DESCUIDADA

Profecías de  Ana Catalina Emmerich

Es muy triste que los sacerdotes, en nuestro tiempo,  sean tan indiferentes en lo que toca al poder de bendecir. Se diría a menudo que ya no saben lo que es la bendición sacerdotal; muchos a penas creen en ella y se avergüenzan de la bendición como de una ceremonia anticuada y supersticiosa.

Muchos, finalmente, no reflexionan nada en esa virtud y en esa gracia que se les ha dado por Jesucristo y tratan la cosa muy ligeramente. Como el Señor ha instituido el sacerdocio y le ha transmitido el poder de bendecir, me es necesario languidecer y consumirme en el deseo de recibir la bendición. Todo en la Iglesia no hace más que un solo cuerpo: el rechazo de una parte hace que la otra quede afectada. (AA.I.523)

bergoglio signo del diablo
Bergoglio utilizó un gesto de maldición satánica ante los fieles reunidos en el Estadio de Filipinas

«Dice San Bernardo que “los sacerdotes como caen de gran altura, quedan sumergidos en su malicia, pierden el recuerdo de Dios y se vuelven sordos a todas las amenazas de la justicia divina, hasta el punto de que ni siquiera el peligro de su condenación llegue a conmoverlos (…). Pero ¿a qué extrañarse de ello? El sacerdote pecador cae al fondo del abismo, donde, privado de luz, llega a despreciarlo todo, aconteciéndole lo que dice el sabio: Cuando llega el mal, viene el desprecio, y con la ignominia el oprobio [Pro. 18. 3]. Este mal es el del sacerdote que peca por malicia, cae en el profundo de la miseria y queda ciego, por lo que desprecia los castigos, las admoniciones, la presencia de Jesucristo, que tiene junto así en el altar, y no se avergüenza de ser peor que el traidor Judas, como el Señor se lamentó con Santa Brígida: Tales sacerdotes no son sacerdotes míos, sino verdaderos traidores (…). Sí, porque abusan de la celebración de la misa para ultrajar más cruelmente a Jesucristo con el sacrilegio». San Alfonso Ma de Ligorio.