El Magisterio de la Iglesia decreta que la elección de un hereje al Pontificado es invalida y Nula.
Magisterio 6. Nulidad de todas las promociones o elevaciones de desviados en la Fe.
Agregamos que si en algún tiempo aconteciese que un Obispo, incluso en función de Arzobispo, o de Patriarca, o Primado; o un Cardenal, incluso en función de Legado, o electo Pontífice Romano que antes de su promoción al Cardenalato o asunción al Pontificado, se hubiese desviado de la Fe Católica, o hubiese caído en herejía. o incurrido en cisma, o lo hubiese suscitado o cometido, la promoción o la asunción, incluso si ésta hubiera ocurrido con el acuerdo unánime de todos los Cardenales, es nula, inválida y sin ningún efecto; y de ningún modo puede considerarse que tal asunción haya adquirido validez, por aceptación del cargo y por su consagración, o por la subsiguiente posesión o cuasi posesión de gobierno y administración, o por la misma entronización o adoración del Pontífice Romano, o por la obediencia que todos le hayan prestado, cualquiera sea el tiempo transcurrido después de los supuestos antedichos. Tal asunción no será tenida por legítima en ninguna de sus partes, y no será posible considerar que se ha otorgado o se otorga alguna facultad de administrar en las cosas temporales o espirituales a los que son promovidos, en tales circunstancias, a la dignidad de obispo, arzobispo, patriarca o primado, o a los que han asumido la función de Cardenales, o de Pontífice Romano, sino que por el contrario todos y cada uno de los pronunciamientos, hechos, actos y resoluciones y sus consecuentes efectos carecen de fuerza, y no otorgan ninguna validez, y ningún derecho a nadie
Bergoglio en Argentina ya era un hereje público, notorio y contumaz, que había sido denunciado formalmente en el 2010 por el famoso profesor argentino Antonio Caponnetto en su libro titulado: La Iglesia Traicionada.
El 01 de Junio del año 2010 el periódico Argentino Publicó la Noticia bajo el título MONS. BERGOGLIO DESENMASCARADO, por Antonio Caponnetto y un comentario (2da. parte. addenda) COMENTARIO: La merecida increpación del Profesor Antonio Caponnetto contra el Cardenal Bergoglio prueba hasta la saciedad que el Arzobispo de Buenos Aires, lejos de ser un Pastor que conduce a su grey a los pastos de la buena doctrina para llevarlos al Cielo, es un personaje siniestro, amigo y cómplice de marxistas, adherente y difusor de ideas contrarias a la Santa Fe Católica y que no merece ocupar el cargo que ocupa. El texto es irrefutable, pero Mons. Bergolgio ni se molestará en refutarlo. Tal vez le dé poder a un penalista para querellar al Prof. Caponnetto, como es su costumbre. Lo publico ad perpetuam rei memoriam. (…)
Cita : Si el prolongado y sensual abrazo entre el homenajeado y Bergoglio sirven de símbolo a la fiera felonía, no resulta menos simbólico el comportamiento del rebaño que presidía o secundaba la fiesta, abyectamente presto a lisonjear con aplausos al circunciso, cada vez que de su boca salían las más insolentes o insólitas afirmaciones.
Religiosamente hablando, en cambio, lo que se ejecutó ese día fue un hecho aún más trágico, que no puede pasar sin registro y sin protesta. Quedó fundada oficial, pública e institucionalmente en nuestra patria, la herejía judeo-católica, cuya impune existencia tiene ya larga data. De mentar a sus servidores y capitostes se ocupó el mismo hebreo, al dar gracias por tal coyunda a Mejía, Braun, Karlic, Rivas, Poli y el precitado Bergoglio, amén del rector Víctor Manuel Fernández, quien insiste en hacerse llamar Tucho, para que su ridículo apodo coincida con su condición intelectual y moral.
La nueva herejía, como cualquiera de pasados tiempos, se exhibió impúdicamente con gestos y palabras difícilmente exentos del calificativo de blasfemos. Cristo fue el Gran Ausente y a la par el Gran Traicionado. Y para que el sacrilegio fuera completo, la herética pravedad sentó sus reales en una casa de estudios que fuera alguna vez, en sus honrosos inicios, baluarte de la ortodoxia. Sin embargo y por lo que sabemos, hasta ahora no hubo voces eclesiales en disidencia manifiesta.
Cita del Libro del Profesor Antonio Caponnetto:
La Iglesia adúltera
En sus opciones temporales debe aplicársele lo que Don Quijote utilizó para zaherir la inconducta de Sancho: “en esto se nota que eres villano, en que eres capaz de gritar ¡viva quien vence!” Toda esta exhibición de colaboracionismo marxista no brota tanto de un convencimiento ideológico serio, sino de una actitud villana. Si mañana se dieran vuelta las cosas, podríamos escucharlo cantar Giovinezza con acento piamontés.
Su problema es más hondo, más grave, más profundo; más difícil de que el buen Dios se lo perdone. Es el escándalo del Pastor que se vuelve mercenario, cuya semblanza maldita y reprobación consiguiente ha trazado y sentenciado Nuestro Señor Jesucristo con palabras de vida eterna (cfr. San Juan, 10, 11-13). “Oh mercenario! —grita San Agustín en su Comentario al Evangelio de San Juan—, viste venir al lobo y has huido. Has huido porque has callado, y has callado porque has temido”.
No es, por cierto, el suyo, un caso aislado. Es en este momento, en la Argentina, la cabeza de un conjunto de pastores que tienen similar conducta, y cuya última explicación encontramos en el Apocalipsis, cuando se protesta a la iglesia ramerizada, fornicando con los poderosos de la tierra y siendo infiel al Divino Esposo.
Pero dejemos las honduras de los Novísimos y ciñámonos al tema del que veníamos hablando.
La Iglesia ha sido puesta en el banquillo de los acusados por sus peores enemigos. Liberales y marxistas insisten en sostener que, durante aquellos difíciles años de la lucha contra la guerrilla, la Jerarquía calló, cohonestando así, de algún modo, las conductas ilegítimas que habrían cometido las Fuerzas Armadas. La respuesta de la acusada Jerarquía —Bergoglio el primero— fue tan frágil cuanto penosa. Pues consistió, por un lado, en recordar sus documentos a favor de los derechos humanos, emitidos durante la convulsa época (pág. 141); y por otro, en señalarse como damnificada, reivindicando un martirologio “católico” compuesto por personajes de inequívoca filiación o conexión terrorista.
Si al responder con el recuerdo de textos pro derechohumanistas centraba la cuestión exactamente donde no debía hacerlo, esto es, en el núcleo de la mitología enemiga, convalidándola indirectamente; al atribuirse como víctimas propias o como testigos eclesiales a quienes habían sido cómplices de la escalada subversiva, pidiendo incluso la beatificación para ellos, sembraba la confusión y potenciaba el engaño hasta límites dolorosísimos por el escándalo que comporta.
En efecto, ¿qué clase de Iglesia es ésta que, para defenderse de las acusaciones de haber estado asociada a la lucha contra la Revolución Comunista, rehabilita el tener caídos o ideólogos del bando de la misma, los homenajea efusivamente y los reclama en los altares y en el santoral? ¿Qué clase de pastores son éstos que para levantar el cargo de la complicidad con la represión castrense, aducen haber izado la misma bandera de los derechos humanos que enarbolaron como divisa nuclear de su ficción ideológica las bandas subversivas? ¿Qué clase de coherencia, en suma, pueden exhibir los obispos que hoy no trepidan en contemporizar con los montoneros y erpianos devenidos en funcionarios públicos, como no vacilaron ayer en incumplir el deber irrenunciable que tenían de hablarles claro a los hombres de armas, sea para que no delinquieran ni pecaran, o para que combatieran con cristianos criterios? ¿Qué confianza pueden inspirarnos estos funcionarios eclesiales llenos de movimientos dúplices, medrosos, acomodaticios y heterodoxos?
No; no ha salido airosa del banquillo esta irreconocible Iglesia. Acusada por los protervos de “ser la dictadura”, cuando debió serlo si aquella hubiera existido y en aras del bien común de la patria, sólo atina a sacarse el incómodo sayo de encima del peor modo posible: reduciendo su naturaleza salvífica a un internismo de derechas e izquierdas, en el que los exponentes de las primeras habrían sido culpables y las segundas constituirían proféticas voces demandantes de los sacros derechos del hombre.
Por eso ha abandonado a su suerte al Padre Christian von Wernich, ultrajado y preso mediante falsías inauditas. Por eso consintió el escarnio público de Monseñor Baseotto. Por eso no tiene una palabra ni un gesto de apoyo para los centenares de militares encarcelados arbitrariamente por la tiranía kirchnerista. Por eso niega todo reconocimiento de beatitud martirial a Genta y a Sacheri, mas anda pronta en canonizar a Angelelli, Pironio, los palotinos o las monjas francesas. Por eso no puede contarse con ella para que en los templos se rinda honores públicos a la memoria de los caídos en el combate contra los rojos, pero entrega al rabinato y a la masonería la mismísima Catedral Metropolitana o la Basílica de Luján.
Esta es la iglesia por la que lloró el entonces Cardenal Ratzinger, cuando en el Via Crucis del último Viernes Santo del pontificado de Juan Pablo II, dijo de ella que la cizaña prevalecía sobre el trigo. Y es la iglesia por la que lloramos nosotros, con llanto sostenido. Porque se nos crea o no —ya nada importa— no nos causa la menor gracia tener que denunciar a Bergoglio. Sólo Dios sabe el dolor indecible que esto significa. Ya quisiéramos tener un buen señor al que servir, y no un mercenario al que desenmascarar. Un Príncipe al que rendirle nuestro vasallaje, y no un lobo del que tomar prudente distancia.
En el 2013 el Profesor Caponnetto volvió a advertir que Bergoglio era un hereje formal: Haga lo que hiciere a partir de este momento el Papa Francisco —y esperamos que todo lo santo y sabio sepa hacer— es imposible omitir o ignorar que el hombre que acaba de llegar a la silla petrina arrastra concretos, abultados y probadísimos antecedentes que lo sindican como un enemigo de la Tradición Católica, un propulsor obsesivo de la herejía judeocristiana, un perseguidor de la ortodoxia y un adherente activo a todas las formas de sincretismo, irenismo y pseudoecumenismo crecidas al calor de la llamada mentalidad posconciliar.
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